Corría el año 199ypoco cuando un aún más joven servidor, en una edad muy tierna, se encontraba en educación física, que por entonces la llamábamos por el arcaico término gimnasia. Ésta era una de esas clases en las que se practican juegos chorras de grupo. Dividieron la clase en dos partes, y recuerdo que a mí me tocó el equipo azul. La historia era hacer que jugáramos en grupos para conseguir puntos y ganar al equipo contrario, con el premio de poder saltar a las colchonetas del gimnasio durante los últimos 10 minutos de la clase (si habéis sido niños alguna vez (con algunas personas dudo de ello muchas veces) tendréis la certeza, como yo, de que saltar en una tela de esas con muelles es el santo grial de la diversión).
La competición estaba reñida. MUY REÑIDA. Como el foro de Loca Magazine cuando se habla de cual de los dos maricones de Crepúsculo moja más bragas. Las puntuaciones ya no las recuerdo (aunque no eran nada igualadas), pero se dio el caso de que la última prueba decidía la competición (muy al estilo Furor, en el que no importaba que uno de los dos equipos fuera perdiendo de N puntos, que muy soplapollísticamente, Alonso Caparrós siempre puntuaba la última canción con N+1 putos puntos). Una gilipollez que me pareció vergonzosa y cínica por parte del profesor. Esto, como no, influiría en mi actitud en los posteriores momentos.
La última prueba, como cuento, trataba, a grandes rasgos, de transmitir un mensaje inicial, de uno en uno, a través de toda la hilera de mocosos que componía cada grupo, para llegar al final y que el mensaje inicial no se hubiera distorsionado en absoluto. El que mejor hubiera corrido la voz, ganaba la prueba y el concurso.
En los 30 segundos que tardó en llegarme el mensaje, yo no podía pensar en otra cosa que no fuera llegar a casa y ver Reena y Gaudy después de comer. Ahora bien, cuando me llegó, me dije a mí mismo:
vamos a descojonarnos de estos capullos
Y tal como me llegó, corrí hacia el siguiente, y le dije una cosa completamente diferente. Lo blanco era negro y arriba fue abajo. No recuerdo el mensaje que me llegó ni el que conté (supongo que no es tan importante este detalle), pero al final, el profesor verificó los mensajes que había dado a cada grupo y declaró como vencedores al equipo rojo (el contrario, para los despistados).
En mi puta vida había visto a 15 críos con tan mala follá. Lo juro por todo lo que considero sagrado, era como si tuvieran la puta rabia. Cuando se hubieron calmado, empezaron a echar cuentas. ¿En qué habíamos fallado? ¿Cómo pudo el mensaje haber cambiado tanto? No tardaron en descubrirme, los había subestimado. Por supuesto, empezaron a amenazarme con palizas y demás. Cuando me preguntó el profesor, ¿por qué has hecho eso? Solo pude responder una cosa:
Me paso el día rodeado de gilipollas, yo también necesito divertirme con algo.
Esta frase no creo que la olvidemos nunca ni mi profesor de gimnasia ni yo; de hecho, una vez nos encontramos de fiesta (en su día no llegaría a los 25, y a día de hoy tendrá menos de 40 fijo) hablamos durante un rato y fue él el que recordó el acontecimiento, entre risas y cervezas.
Pero volvamos a hace casi 20 años: ese día no hubo risas ni cervezas; solamente un parte por mal comportamiento, una visita al director y otra al psicólogo del colegio, Paco. La primera de tantas.
Mereció la pena? Sin ninguna duda.
Gracias por haberme leido, un saludo y besitos para todos.