Como la cuestión era darle a Sanele una boda, y su abuela nunca pidió
un matrimonio, la ceremonia fue puramente simbólica, sin vinculación
legal alguna. La pareja no firmó ningún certificado y por tanto, ni el niño de ocho años ni la novia de 61 tienen por qué vivir juntos.
De hecho, ya han vuelto a sus vidas normales: ella a ser madre de sus hijos, que tienen entre 27 y 37 años de edad, y él ha vuelto a la escuela. “Me alegra haberme casado con Helen”, ha explicado Sanele. “Pero ahora voy a volver a clase a estudiar mucho. Cuando sea mayor, me casaré con una mujer de mi edad”.
En cuanto a la novia, que trabaja en una planta de reciclaje al igual que Patience, también se mostraba más que contenta de haber participado en la ceremonia que ha escandalizado a Tshwane.
“Estoy casada y tengo mis propios hijos pero sé que esto es lo que querían los ancestros y ahora están contentos.
No es más que un ritual, solo estamos jugando a casarnos, pero es una señal de que algún día Sanele se casará”, ha explicado junto a Alfred, su marido desde hace 30 años.