19:00 horas. Decidido a coger el coche con mis amigos y marcharnos al campo en una asombrosa y soleada tarde de primavera, nos dirigimos previamente al mercadona más cercano a recopilar lo necesario para un "de tranquis" improvisado en la estepa manchega un supuesto jueves de estudio, a falta de escasas semanas para que los exámenes finales de nuestras respectivas carreras nos rebanen los sesos.
Salimos de la biblioteca en un entorno acalorado, agradable, y emprendemos nuestras marchas hacia el mercadona que hay cerca de la salida de nuestra apacible ciudad. Teniamos planeada la jugada, unos ganchitos hacendado, unas cervecitas Alhambra y una Coca Cola para el marica del grupo que no le gusta la cerveza y pronuncia la pizza como 'picsa' (está avisado de que o cambia su conducta o tendrá que hacer nuevos amigos).
Entramos en el recinto comercial, y al escuchar esa endemoniada melodía, supimos que nuestras ilusiones quedarían frustradas por una malvada elección por parte del gigante de los supermercados españoles:
Pillamos el picoteo, pillamos las Coca Colas para el hereje, y encomendamos nuestros pasos a nuestro espíritu cervecero; quien nos guiaría hacia la gloria temporal y efímera, pero perfecta. Sin embargo cuando llegamos al pasillo donde se ubicaban las cervezas... No logramos encontrar nuestra amada Alhambra.
Buscamos y rebuscamos, pero no la encontramos. No estaba por ningún lado. Encontramos de todas las marcas, incluso de algunas de las que no habíamos oído hablar cuyo nombre no recuerdo, pero ni una mísera lata de Alhambra...
Tras nuestra frustración, deliberamos que hacer, si suspender la excursión campestre (pues ya no sería lo mismo), o sustituirla con algún brebaje que intentara asimilarse a ese maravilloso jugo de los dioses con nombre de una de las siete maravillas del mundo. De modo que alzamos la vista y, rememorando la película de Fast and Furious 7, decidimos comprar un puñado de Coronitas y tirar pal' campo.
A pesar del sabor de esa hermosa cerveza de importación sudamericana, nunca sería lo mismo...
Y aquí estoy yo, penando en un foro a las 4 de la mañana con una lata de Steinburg del chino tras una maravillosa tarde de juernes campestre, donde nos pusimos las botas y disfrutamos de la puesta del sol como un grupo reducido y unido de amigos que jamás será disuelto (hasta que alguno se vuelva a echar novia), pero que no pudo disfrutar al 100% de la tarde de relajación por culpa de esa endemoniada empresa que decidió que tener ese pis de gato bautizado como Cruzcampo en sus estantes era más importante que tener las propias lágrimas del mismísimo Dios embotellada en un perfecto botellín de vídrio.
No te lo perdonaré jamás Mercadona, jamás.