Es una historia funesta ésta que se cierne como nubarrones negros sobre nosotros.
Todo empezó el día que la conocí. Yo agarraba fransiskaners y ella hacia que chatiaba. Entonces la abordé como un tigre de Mompracem.
Le dije el cielo y la luna y el firmamento y todo lo que en el hay es una perla que mi lengua va a depositar sobre tu clítoris esta noche.
Fue más o menos así, en un barco, con seda y lambrusco del original no el carbonatada. Se la clavé como el reductor de cabezas sobre la ballena blanca. Y le gustó.
Aguanté unos años así, trabajaba y luego la empotraba como forniture.
Pero una noche leyendo un antiguo PDF sobre las repercusiones en los círculos de los adeptos del mal uso de la ouija fui visitado por el espíritu de Clint Eastwood. No el actor, sino la energía que se apoderó de cientos de fieles del espagueti western.
Y empecé a hacer cosas raras, recogía la casa, la trataba con cariño y afecto, deje de hacer cabalgadas submarinas y los ciclos de clembo y la chacina en específico.
Yo ya sabía que ella coqueteaba.
Nunca pensé que se iría en un Opel Azcona con un mecánico del Piaggio.
Ahora mi corazón palidece. Mis lágrimas mojan la almohada, la misma que esconde la 9 y una cajita con un anillo de compromiso.
Fuck the king.