Un mercedes negro frenó ante la plaza de los Recuerdos. Le abrieron la puerta a un viejo, con mucha barriga y piel aceitosa. Llevaba una muleta. Tac, tac, tac. Alli estaba Freddy Jaboncillo, tal y como se lo habían descrito: jovén, metro noventa y ciento quince kilos. Enseñaba a un coro de kinkis que formaban a su rededor, como tirar codos devastadores y a romper tímpanos de un puñetazo.
"Te quiero este sábado en el Estadio, con esta camisa de los antifas del Carmen, y quiero que le des leña a todo Cristo, sean de quien sean, si le ves pasar droga en mi Estadio....".
Todo el mundo conocía al viejo Matusalem, así que Freddy cogió el sobre con dinero.
Judith Garcia soltó la barra, satisfecha, en el press banca. Ya podía mover noventa kilos con cadencia. Salío hacia los vestuarios notando que todo el mundo la miraba al pasar. Todavía estaba muy buena. Termino de ducharse y agarró su maleta. Eran las nueve de la mañana, sábado, tenía que equiparse para el partido, anduvo hasta el patio principal, dónde sus compañeros de la Unidad Especial la esperaban, a la Sargento Garcia.
En el tiempo de descanso Fredy salió a dar una ronda por los bares que circundaban el estadio. Uno de sus chavales del barrio lo habia llamado desde un bareto dónde la Peña Principal estaba disparando cocaina. Tres mil euros por dar goma, eso le gustaba, pensó Freddy quien corrió hasta la "Cerveceria Tomaso".
"Entendido" dijo la Sargento Garcia. "Vale, señores, quiero a Bravo desplegado en la calle Moliente, dónde el Tomaso, llevad el equipo completo..."
"¿Con este calor, García, es un partido menor?" dijo Ferol. "Llevadlo" insistió Garcia.
Tras pedirse una caña y echar un ojo sin llamar la atención, Freddy, tuvo claro el asunto. Anduvo hasta el fondo, donde estaban los lideres de la Peña, y le tiró una plancha en la cara a un calvo, que se desplomó contra la mesa, en seguida saltaron sus fieros acompañantes, pero en un sencillo ir y venir de codos, rodillas y cabezazos, tomaron su derrota, entre sangre, dientes y hostias. Los más pirados sacaron porras extensibles y alguna cuchillo, y viendo Freddy que su trabajo estaba hecho salió fuera.
García dirigió una carga con escudos hasta la puerta, un par de compas de Freddy salieron de una esquina para darle soporte, y cuando la sargento vió al de la camisa Antifas del Carmen, sintió un escalofrió.
La Policía Nacional en los últimos tiempos se enorgullece de poseer uno de los cuerpos mejor adiestrados y más capaces del mundo, en ese sentido ser un miembro de la Unidad Especial requiere ser una bestia muy disciplinada.
Freddy recibió la carga de frente, el sólo, y lanzó una patada contra el primer Policía que lo intentó placar, de resultas que aún teniendo el traje de protección, se oyó una chasquido y un grito de mujer. La sargento García yacía en el suelo mientras sus compañeros cerraban la formación para llevársela, pues la situación ya estaba descontrolada y volaban botellas y piedras. Y Freddy se subió a una moto.
La sargento García estuvo una semana hospitalizada, hasta que pudo sanar de las fracturas costales. Se reincorporó al servicio con ansias y estudió a fondo la ficha de el Jaboncillo, cuyo nombre era Abraham Ledesma Ramos, pertenencia a organización criminal, múltiples agresiones, siempre absuelto.
Condujo hasta la barriada, vestida de civil, pero con la placa y la pistola. Tocó en el número 7, piso 4B, y le abrió la puerta Abraham. García pudo comprobar que la miraba con deseo, no en vano, ella había traído su mejor escote. ¿Por qué hacia esto, por qué?
"¿Quien eres?" dijo Freddy, mirando directamente a sus tetas y ocasionalmente a sus ojos, su boca, está jodidamente buena, pensó, tendrá unos cuarenta.
Dios, pensó Garcia, Dios. Y se escuchó como si una presa se hubiera roto. Segundos después Garcia estaba de rodillas, con el pene de Freddy en la boca, degustándolo con fruición, con desespero, con nostalgia
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"Soy la policia a la que tumbaste hace unas semanas".
Freddy agarró su cabeza con las dos manos y se corrió en su boca.
