LFP: Jornada 15ª

Un gijonés que fue testigo de la batalla campal del domingo en el barrio de La Arena cuenta los hechos en primera persona. R. V. C. mantiene el anonimato para evitar represalias

He sido uno de los testigos de la batalla campal que se vivió en la calle Manso este fin de semana y quisiera matizar alguna cosa de las que se están diciendo. Entiendo que los vecinos del barrio de La Arena, al verlo de improvisto, no tengan dudas en calificar los hechos como imprevistos, lo que presupone el no haber podido evitarlos. Yo contradigo este planteamiento, porque era totalmente previsible y la Policía Municipal de Gijón, sabiéndolo, no tomó medida alguna para evitarlo.

El domingo por la tarde, a eso de las 17.55 entré en Gijón por Viesques, llegando a la plaza de toros para dirigirme a la avenida Castilla. En ese momento, rodeando la plaza de toros, pude ver a unos 150 jóvenes encapuchados, con palos, bates, barras de hierro y junto a ellos vi perfectamente cómo un coche de la Policía Municipal pasaba lentamente a su lado por la calle Pintor Marola, dirigiéndose grupo de ultras y Policía hacia la calle Ezcurdia. Ése hubiese sido el momento, lógico y normal para cualquier efectivo de Policía, de haber avisado al resto de compañeros o a los antidisturbios para contener la movilización y tener a los jóvenes armados controlados en una zona alejada, pero no fue así, se les permitió llegar por Ezcurdia a la avenida Castilla, adentrarse en La Arena por la calle Emilio Tuya y llegar a la calle Manso por Marqués de Urquijo, donde, a la altura de la calle Doctor Aquilino Hurle, hubo el encontronazo.

En el momento de la batalla yo tenía aparcado el coche en doble fila en la calle Aquilino Hurle, pudiendo ver desde la esquina cómo se acercaban unos y otros a las 18.05 para enfrentarse, lo primero fueron el lanzamiento de botellas (El Gaitero, Cuantreu, Ballantines...), seguidamente las bengalas y por fin el choque con los palos, bates de béisbol, barras de hierro, martillos, cadenas... pude ver cómo algún desafortunado caía al suelo de un batazo en la cabeza, y cómo otros llevaban cascos en previsión de ello. Llamé al 112 y ya estaban avisados, pero para cuando llegó la Policía ya se habían disuelto y corrían por las calles, tras dejar las armas en el suelo. Sin duda los primeros efectivos no tardaron mucho en llegar, un par de coches de la Policía Municipal que no servían para nada, pero la Policía Nacional y aún los antidisturbios junto a una ambulancia fueron los últimos en llegar, casi 5 minutos después de los hechos, cuando en la zona sólo quedaban los restos de la batalla.

No me podía y sigo sin poder creerme que la patrulla de Policía, que a las seis menos cinco pasó al lado de los ultras en la plaza de toros, viéndolos armados, con cascos de moto puestos, algunos encapuchados... no hubiese hecho nada por contenerlos y evitar lo que pasó y más increíble aún me parece que se siga afirmado que fue imprevisible y que la Policía actuó rápidamente.

«Creí que me moría desangrado, más que por el golpe tan fuerte en la cabeza». Así relata, desde su habitación en el Hospital Central de Asturias, Alejandro Merat Delso los momentos angustiosos que pasó cuando Ultra Boys del Sporting le rompieron la cabeza de un botellazo en el barrio de La Arena, en las horas previas al Sporting-Sevilla. Este sevillano de 17 años tuvo que ser intervenido de urgencia en la noche del domingo para quitarle un coágulo que podría acabar con su vida en menos de seis horas, y además en esos momentos tampoco tenía visión en un ojo. Ayer estaba acompañado por su padres Rafael Merat y Graciela Delso, el abuelo José Delso, y Carlos de la Flor, actual compañero de su madre, cuando habló para LA NUEVA ESPAÑA. Postrado en la cama del Hospital ya había salido de reanimación ayer por la noche y sorprendió a los médicos por su buena evolución, porque además tenía una gran brecha en la cabeza con casi 40 puntos y se le tuvo que cortar un trozo de cráneo para ponerle uno de titanio.

Alejandro explica cómo sucedió el percance en el barrio de La Arena. «Éramos un grupo de cincuenta personas, entre ellos personas mayores de 40 años y cinco chicas, que acabábamos de bajarnos de los coches cuando nos llegaron más de cien seguidores del Sporting con bengalas, palos, bates, tornillos de raíles del tren y botellas. Intenté protegerme junto a dos compañeros, pero con tanto humo no vi una botella que me golpeó la cabeza», comenta.

Alejandro Merat, que estudia cuarto de ESO en el Colegio La Salle, añade que «eché mano a la cabeza y mis manos estaban encharcadas en sangre. Mis amigos me llevaron a un portal, al lado de un bar, para protegerme. Allí me pusieron una sudadera en la herida para tapar la hemorragia. Picamos al primer piso, pero una señora se asustó y no quiso abrirnos. Luego bajó otra con un cubo de agua para que me limpiara. Mientras tanto dos amigos míos llamaron por teléfono a la Policía para que viniera a socorrerme».

Otro momento tenso fue al llegar los agentes del orden, según Alejandro, porque «no me quisieron meter en la ambulancia y me mantuvieron de pie con todos los que estaban identificando. Hasta que me senté mareado en un charco de sangre y no veía por un ojo. Mis compañeros al verme grave me metieron en la ambulancia, a pesar de los palos de la Policía. Fue mi salvación, según contaron los médicos después, porque me llevaron al Hospital de Jove y luego me trasladaron al Hospital Central para intervenirme. No recuerdo más».

Acude habitualmente a los partidos de casa del Sevilla y a los derbis con el Betis, y solamente viajó a la final de la Copa del Rey del Sevilla-Getafe en el Bernabeu. «Había ahorrado todo el año, mi madre me daba 10 euros cada semana para este viaje a Gijón y me perdí hasta el partido. La verdad es que tuve miedo cuando vi que perdía tanta sangre. No pensaba que el golpe fuese tan grave, aunque sí sentí estallar la botella. Me asusté mucho más cuando luego no podía ver por un ojo», señala. La familia disculpa a la Policía cuando no dejaron meter a Alejandro a la ambulancia porque «viendo las fotos de bengalas y humo en LA NUEVA ESPAÑA, que parecen de la guerra de Irak, tenían mucho follón y no pensarían que era tan grave. Menos mal que los amigos actuaron rápido y le metieron en la ambulancia. Volvió a nacer, nos comentaron los médicos».

El aparato ideológico con el que venían armados los llamados «ultras» del Real Sporting y del Sevilla FC que se citaron en el barrio gijonés de La Arena para su enfrentamiento dialéctico constaba de las siguientes ideas: bengalas, palos, cadenas, tornillos, ladrillos, barras de hierro, botellas y otros materiales arrojadizos. Los foros de internet que fueron aireando durante la semana previa los temas que desarrollaría este congreso callejero de primates tarados adelantaban las siguientes líneas de pensamiento, según fuera la adscripción al grupo de filósofos norteño o sureño: sois unos gitanos de mierda, sois unos paletos de mierda, sois una ciudad de mierda, sois un pueblo de mierda. Las actas del encuentro entre esos doscientos salvajes de ambas aficiones recogieron las siguientes aportaciones al progreso social y a la sana discusión juvenil: decenas de heridos o contusionados, uno de ellos grave; rotura de escaparates, cristales y ruedas de vehículos, amén de otros daños variados en establecimientos o portales de la zona; espanto o pánico de quienes por allí paseábamos como involuntarios espectadores de este simposio cavernícola. Al parecer, miembros de cofradías trogloditas distantes, pero afines a uno y otro bando, se tomaron la molestia de viajar hasta Gijón, como pensadores invitados a unirse a esta asamblea callejera donde pudieron aportar sus conceptos sobre la práctica del debate a hostia limpia y sus elucubraciones aplicadas a la destrucción, la incivilidad y el submundo mental en el que habitan. Yo los vi cuando la Policía los había reducido y les tomaba los datos. Ahí estaban, todos varones (qué vergüenza de género me da), cabizbajos, sangrando algunos, en silencio todos, sosegados ya de su animado debate a base de botellas voladoras, garrotazos y vocerío prehistórico. Ahí estaban las ambulancias del SAMU prestándoles ayuda por los quebrantos sufridos durante su discusión ideológica. No parecían militantes de extrema derecha o de extrema izquierda, como los quieren apodar algunos. Parecían lo que son: animales irracionales acojonados.

Como me cuesta mucho trabajo levantarme cuando suena el despertador a las siete de la mañana, para irme a currar y poder así pagar los impuestos de los que cobran la Policía y los miembros del SAMU, quienes bastante tienen con atender a lo que tienen que atender sin falta de que los reclamen estos cónclaves de la barbarie, me asiste el derecho a protestar con total vigor contra quienes consienten, aplauden bajo manga, animan o toleran a estas masas feroces que se escudan en el fútbol para ocultar su verdadero rostro totalitario y criminal. Contra esos próceres que de vez en cuando se adornan con bufandas ultraultras o sonríen bajo banderas de alto voltaje caníbal, siempre en busca del voto, venga de donde venga, y escatiman subvenciones a las magníficas asociaciones juveniles que se ocupan de la instrucción y diversión cultural o cívica de sus iguales, de abrir hasta el amanecer los locales de intercambio de ideas, de estar a pie de barrio con sus justísimas reclamaciones, de avivar ateneos que enarbolen la vigencia de las libertades cívicas. Contra ese Poder que minimiza el horror callejero tildándolo de «hechos aislados», «poco representativos» o «sucesos esporádicos», y dejan así crecer el huevo de la serpiente. Contra los sucesivos responsables políticos que sufrimos, incapaces de sentarse a firmar un pacto estatal para la educación que capacite al alumnado para leer, escribir y para contar con una razonable cultura general como únicos y más que suficientes objetivos de Primaria y Bachillerato, mandando al paro cruel a los pedagogos de salón y a los presuntos asesores expertos en no conocer ni lo que es un aula ni lo que es un niño o un adolescente. Sin su culpable connivencia, esos grupos que pretenden volvernos a la oscuridad morirían ahogados en su propia condición miserable. Mientras tanto, ahí están, armándola, hoy aquí, citándose acullá la semana siguiente, volviendo a la caverna y tratando de subsumirnos en ella a los demás.