Cuando tocamos el último acto me levanté rápido. Tiré el violín en su estuche y me largué apresuradamente, no sin antes sisar una excelente botella de vino reservada para la velada, en el tercer encuentro del Fondo de Jóvenes Inversores de Vizcaya.
Es muy difícil explicar cómo me sentía, asco, podría sintetizarlo. Repudio la carrera por la supervivencia, abjuro de las nociones de éxito que nos han inculcado y quisiera ver morir a todos los pitiminíes henchidos y explotadores que ríen ufanos ante su montón de mierda capitalizada.
Fui dándole tientos a la botella, mientras la luna se escondía entre las nubes y caminaba errático, cabreado, a disgusto, por ser y existir en una realidad que nos tiene con estos patrones de pensamiento y de absurdez, hasta que alcancé la parada de un tren. No había nadie esperando. Me senté a seguir bebiendo, para quitarme de encima el desasosiego y encendí un cigarro.
A la luz del pitillo pude ver una sombra a mi lado y me sobresalté. No había reparado en que sí había alguien en el maltrecho banquito cubierto por una pérgola. De pronto se metió un viento multidireccional que me agobió.
"Puedes darme un cigarrillo – dijo la sombra. Y entonces percibí un olor a rancio que me hizo adelantar a mi interlocutor como vagabundo.
"Claro. – le dije ocultando cierto nerviosismo.
Al darle fuego comprobé que efectivamente era un sin techo y un hombre muy mayor, hecho de nervios y pellejo y con una mirada lúbrica que daba a entrever inteligencia.
"Soy un excelente lector de personas, me he ganado la vida leyendo miradas, y por un trago de ese vino estoy dispuesto a darte un consejo, si me lo aceptas, chico. –
El trago resulto dejar la botella agonizando. No se lo reproché.
"Veo que estás enfadado, chico, estás jodidamente cansado. Y es normal, debe uno entregarse a la tiranía de la materia, y alimentar un pesado cuerpo varias veces al día, todos los días, y encima lijar la mente enfrentándola con un mundo perverso, injusto, vacuo y pretencioso. Y luego, volver a empezar.
El viento se paró de inmediato cuando detuvo su discurso. La luna se asomó y un tren se insinuó en la distancia.
"Veo que tienes un violín. ¿podría tocarlo? – preguntó el viejo.
"Algo en tu mirada me resulta familiar. – abrí el estuche y le alcance el violín.
Lo afirmó contra su mandíbula y aupó el hombro y supe de inmediato que había sido profesional, y tuve que aguantarme en el banco porque estaba interpretando sin fallo alguno a Paganini, "Capricho para violín en A menor", para los que ignoren el asunto, es una obra inasequible aún entre grandes violinistas.
"Es peligrosa la música, chico, deberías abandonarla, crea falsas esperanzas.- dijo el viejo mientras me entregaba el violín, al tiempo que se llevaba el dorso de la mano a los ojos, como escondiendo una lágrima.
"Antes has dicho que me ibas a dar un consejo, lo espero con ansias…- le dije.
"Creo que era una estratagema para quitarte un poco del vino que tu has quitado a otros…
El ruido mecánico del tren se estrepitó contra nuestra conversación, al pasar frenético por la parada y me sacó por un segundo, dándome espacio para percatarme que sabía que el vino era robado.
"¿Cómo sabes que….? - dije
Pero no había nadie. El tren seguía su curso férreo, la luna se iba también por su camino y el viento volvía a soplar confuso. Apuré el último trago de vino.
Y supe que había estado hablando con la muerte. Y qué también estaba cansada.
