Mi Padre me ha contado una historia cojonuda.

Altoresso

Año 97 en el distrito de Chamberí. Un famoso empresario de la construcción destina unos fondos para crear una gacetilla cultural con el propósito de “restaurar un orden moral que favorezca la hegemonía de los grandes hombres”. Compra unas imprentas, pone en nómina dos periodistas con algo de nombre y un editor viejo, del oficio. La letra de oro se saca adelante en la calle Salamanca, en un piso grande, de cuando se tenían seis hijos.

Mi padre acaba de salir de un programa de drogodependencia tras conmutarle una pena por robo, está algo perdido, y la familia lo ha dejado orillado. Se va a tomar un café en la misma calle Salamanca, en una fonda que tiene una pequeña barra de zinc. Hay una televisión puesta, en los informativos, decenas de miles se manifiestan para que ETA libere a Ortega Lara. Apura la taza con algo de gusto, se rasca la cartera y para su sorpresa las quinientas pesetas que constituían su capital han desaparecido. Algo abochornado va a buscar al camarero para tratar de arreglarlo. Sale del baño un conocido. De cuando hizo el primer año de psicología, antes, justo antes de que el Katovic le destrozara la juventud. Unos diez años atrás.

Se llamaba Braulio y era de buena familia, le iba bien a razón de un perfecto traje de sastre. Bajo el brazo una buena cantidad de periódicos contaban una historia. Braulio lo reconoce, coño Manolo, en que andas metido. Manolo, mi padre, lleva un polo Lacoste deshilachado en las hombreras y unos vaqueros indiciarios. Pero como está desesperado y siempre fue un tipo cuco, se inventó que estaba traduciendo a Machado al ruso. Machado estaba de moda ese año.
Le pagó el café y dos whiskys que vinieron detrás y le propuso colaborar en la Letra de oro.
El primero de Julio del 97 fue un día curioso. Mi padre tenía un contrato muy jugoso en la Gacetilla y se dedicaba a entrevistar a novelistas con proyección internacional. Una prosa seca y pinchona y un carácter bastante marcado hicieron que el referido empresario ( el ideólogo de la Gacetilla cultural) se enamorara de mi padre. A fuerza, claro está gracias al primer año de psicología, de leer las necesidades marcadamente infantiles de su empleador. Emular, ocultar, falsear y en definitiva: sobrevivir. Ese caluroso día en la secura de un Madrid contrahecho, iba a encontrarse en un hotel con el mismísimo Morris West.
Tras más de quinientos días en el infierno Ortega Lara es exhumado del zulo. Y mi padre recibe una llamada del viejo editor, quien por cierto vislumbra ya su tumba a lomos de un cáncer de garganta, de lo que mueren todos los editores de verdad. Vamos a subir el tono, tenemos un buen número de lectores, y un prestigioso periódico de tirada nacional, un periódico de hombres de derecha como manda Dios y afirma su hijo, va a comprarnos el suplemento durante seis meses. Ojito con Morris West, allí donde salte la liebre, dispara, no queremos que su paso por España haga un llamado al ecumenismo, queremos fuerza para los fuertes.

Se sube al taxi, refiere mi padre, le da las señas al taxista del hotel, son las doce del mediodía y no se puede estar en la calle. Para en una farmacia, compra una caja de codeína de una marca que no recuerda. Se toma dos pastillas. Llega al hotel, le recibe una preciosa secretaria, lo conduce al espacioso dormitorio de la suite del señor West. Quien fuma un cigarrillo enfundando en un batín de seda roja con brocados arabescos.

Señala mi padre que nunca había conocido a un hombre semejante. Había fulminado a Mario Benedetti en una entrevista que le sirvió a la gaceta para ganarse una demanda civil y al mismo tiempo la compra del cultural por el conocido periódico. Benedetti tiene un aura fuerte, quiere decir mi padre, quien no disfrutó para nada desmenuzándolo y falseándolo. Pero Morris West, era un santo, un ascendido, un ser que te cegaba con las emanaciones de su luz cruda, irrespirable. De pronto empezó a hacer frio en Madrid. Morris West absorbía toda energía. Quiso hacerle el amor allí mismo, es decir, penetrar de la forma más accesible y plena, fundirse con él. Manolo se dio cuenta de que la codeína le cambiaba los enfoques. Se relajó, volvió a zurcirse el alma ahí mismo con hilo negro.
Periclitó a Morris West en su entrevista, hasta el punto de que las reediciones en España de sus libros sufrieron una clamorosa mengua.

Le subieron el sueldo, le compraron un mercedes, se enamoró de mi Madre y cayó en una profunda depresión nerviosa.

Pero esto, para otro día.

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RosaNegra

que pesado eres

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Sebas117

Esto es real? Me parece que no, pero joder que buena historia, aunque sea una mentira quiero leer la segunda parte.

JackWhy

La segunda parte es que era el mismisimo Albert Einstein.

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jesusml

pues eso, a ti. no a nosotros.

LucaBlight

En serio? Omg

tofreak

Eres un puto pesado, no? Aun no me he leido ni uno solo de tus hilos fecales pero cada varios dias tienes que cagarte encima para estar comodo o que

Vain92

dranreb

1
zazgan

Si o q

Versatil

#1 Me cago en tus putos muertos degollados, hijo de la grandísima puta.

Snorky

#1 pues está interesante. Lo único que no he entendido muy bien la parte del enano y el burro aunque la verdadera duda que me genera el final es si la policía sabía que los de Asuntos Internos les tendían una trampa.

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