Capítulo de un proyecto de novela: Fantasia + humorcil

B

Pregunta: ¿Como pongo cursivas?

BUENAS¡

Desde hace tiempo escribo para mi, por hobby. Pero desde que me rompí una pierna y pasé la recuperación alternando videojuegos y libros, decidí probar a escribir para otros, es decir, enseñar lo que hacía, exponiéndome a críticas y abucheos.

Ha llovido mucho desde entonces y soy muy consciente de que lo salía de trastear con el teclado era BASURA. Basura pura y dura. Pero es lo normal, nadie nace sabiendo.

Así que ahora os traigo un capítulo de la novela en la que estoy trabajando (Lo cuál no significa que alguna vez la acabe, o que alcance un mínimo de calidad)

NOTAS: Es un borrador, hay cosas que sé que están fuera de sitio, otras están ahí para probar..
Destacar que todos los personajes que salen ya han sido nombrados antes en la novela, como secundarios o muy de fondo, con lo cuál es normal que no quede muy claro que está pasando. ¡No hay problema! El cap. es el primero de un Pj como protagonista y no os vais a perder gran cosa, de verdad.

Tono del libro y tema: Es una novela fantástica de humor, pero no humor al 100%. Podríamos decir que trata de un asunto "serio" que es corrompido por los protagonistas, que son una panda de incompetentes, vividores y seres que viven al margen de la sociedad. Éste capitulo en concreto es de los mas "serios" del libro, pero se ve igualmente que hay chistes y chorradetas (Referencias por aquí y por allá. No puedo evitarlo).

Os invito a leerlo. Está suficientemente depurado para que no os sangren los ojos mucho.

Y si os sangran... pues bueno, lo siento.

Se admiten críticas mordaces, pero por favor, no hagáis mucho inciso en guiones largos y cosas así, es un borrador, aunque lo agradezco. Me interesteresa más:

-Ritmo
-Visibilidad de la narración (Si se "ve" lo que ocurre con claridad)
-Opinión del tono
-¿Humor?
-Sabor general

Nota: Vai es el diminutivo de Valira. Como por ejemplo... Eddard->Ned

Ahí va.

Vai dobló la carta y la introdujo en el sobre marrón. Tomó una barrita de lacre, la arrimó a la llama de una de las velas que iluminaba su escritorio y vertió un poco de la pasta sobre la solapa. Tras improntar el sello en el lacre, guardó la misiva junto al resto de las cartas (Que ya formaban una buena pila) y extendió otro pergamino sobre la mesa. Al sumergir la pluma en el tintero alguien llamó a la puerta del despacho y Valira no pudo evitar derramar una gota de tinta sobre la vitela. Se quedó mirando la mancha negra con el ceño fruncido mientras ésta adoptaba la forma de una estrella. Volvieron a golpear la puerta.

-Adelante -Vai recogió su pluma y cerró el tintero. El portón del despacho se abrió sin emitir chirrido alguno y entró con paso errático un soldado delgaducho vestido con una cota de mallas que le sobraba por todos lados. Ya por el sonido de aquellos andares irregulares reconoció al autor de la interrupción: Era el recluta asustadizo al que los mandos medios habían cogido el gusto de enviar a buscar pertrechos absurdos, como el afilador de mazas o la llave de desdoblar eslabones. Dicho recluta también parecía ostentar el titulo honorífico de Primer dador de malas noticias a la Comandante. Valira giró la cabeza y se lo quedó mirando con ojo analítico, casi diseccionándolo. Por el oscuro bajo los ojos del recluta supo que éste había dormido más bien poco últimamente, y por aquella forma de mantenerse erguido, ligeramente ladeado y llevándose una mano al costado, supuso que alguien le había obligado a repetir hasta la náusea algún ejercicio físico. Quizá incluso lo hubieran golpeado. El joven lucía una tez algo menos pálida de lo habitual, cerúlea, pero muy a juego con las notas mal dobladas que sostenía en sus manos sudorosas. Sin duda estaba a punto de hacer uso de su denominación honorifica. -Le escucho, soldado -le instó con voz apremiante.

-Comandante -el soldado se cuadró. Lo hizo con bastante soltura. Se notaba que había practicado el saludo, probablemente varias docenas de veces al otro lado de la puerta del despacho-. Han llegado los informes que solicitó, mi comandante. Uno viene de Risco Roto. El oficial Vagras insistió en que debía de leerlo de inmediato -el joven dio unos pasos hacia adelante y le ofreció un sobre tan arrugado como sudado. Vai se levantó pero no movió un dedo. Entrecruzó los brazos a la espalda.

-Un informe de Risco Roto -asintió con parsimonia- que por lo que veo ya ha leído -.Valira observó el sello quebrado que asomaba de entre los dedos blanquecinos del recluta y luego lanzó una mirada a su portador que bien podría haber apagado una hoguera en el infierno-. ¿Por qué no me explica su contenido, soldado?-. El joven palideció y se arrugó, mimetizándose con el papel que ofrecía a su máxima superior y comenzó a mirar de forma alterna a la comandante y al pergamino. Masculló gimoteos del estilo "Yo no... El sargento dijo que.... No perder tiempo...", hasta llegar al punto en el que casi se atraganta con sus propias palabras y su tez se tornó aún más lívida si cabe. Vai creyó poder distinguir a través del recluta los contornos del portón del despacho y cortó aquellas balbuceantes explicaciones con un ademán firme.

No era la primera vez que un novato se presentaba ante un superior con el sello de una misiva roto. Prácticas como aquella aún eran más frecuentes de lo deseable (Para Valira lo deseable en concreto era nada) y habían sido heredadas de los tiempos en los que el Puño de Hierro aún era una compañía de mercenarios sin escrúpulo, moral o código, que se vendía al mejor postor. Aquella práctica en concreto se supone que servía para que los reclutas aprendieran por las malas a no husmear donde no debían, o con más frecuencia, como pretexto para hostigar a aquellos desgraciados que por lo que fuera estaban en el punto de mira de algún oficial. Dichos soldados, confiados de que estaban llevando a cabo una tarea rutinaria sin riesgo alguno, se presentaban ante sus superiores con algún documento manoseado, el oficial del turno lo notaba de inmediato y el pobre chaval acaba durmiendo un par de días en el calabozo, si no algo peor. Valira nunca había aprobado aquellas prácticas prehistóricas, pues comprometían la seguridad del cuerpo, y se había encargado personalmente de hacerlas desaparecer. Desde que la comandante asumió el mando del Puño de Hierro, lo había pulido y afilado como si de una espada abandonada en un granero se tratara. Pero aquella tarea no parecía tener fin. ¿Enviar un recluta a la Comandante con un informe abierto? ¿Y encima con la potencial importancia que podía tener ese documento en concreto? Aquello rozaba la traición. Actos insensatos como aquél eran los que convertían un cuerpo serio y organizado, en una panda de matones con aires de grandeza. Melladuras en el filo de la espada. Apuntó mentalmente que tendría una charla muy desagradable con el sargento Vargas. Desagradable para él, por supuesto. Y seguida de una sanción ejemplar.

-Tranquilícese soldado. Ésta noche dormirá en su litera -le calmó Valira. El recluta se aflojó tanto que casi se derrite por dentro del camisote de mallas-. Pero ya que está aquí me va a ahorrar leer el informe. ¿Qué nuevas tenemos de Risco Roto?. No pueden ser peores que las que manejamos en la capital. -Vai lanzó una mirada fugaz a la mesa que presidía el despacho. Las figurillas esparcidas sobre el mapa crecían día a día como setas en otoño. Las calaveras indicaban asesinatos; las banderas rotas, asaltos y las monedas de madera señalizaban los atracos. Era un sistema intuitivo, pero que por lo visto necesitaba ser ampliado en variedad y cantidad de figuras. Valira aún no tenía muy claro como debían de ser tratadas las incautaciones de sustancias ilegales, pues el material incautado tendía a extraviarse, y sobretodo le traía de cabeza la representación de las agresiones sexuales. Había rechazado todas las propuestas respecto a su tallado por ser excesivamente groseras, explícitas o fálicas. La comandante negó con la cabeza y le hizo un gesto con la mano al recluta para que hablara. Éste carraspeó, desenrolló el documento con las dos manos al tiempo que se cuadraba y adoptó un tono de voz firme. O lo intentó al menos.

-Informe posterior al asalto a Risco Roto, producido el pasado jueves. Determina el número de bajas en cada bando, daños sufridos, testimonios de los implicados e indica... -titubeó- ...indica que no ha podido ser interrogado el único asaltante al que se logró capturar con vida -el joven hizo una pausa para aclararse la garganta-. Hubo una... Eventualidad.

-Sorpréndame.

-Amaneció muerto en su celda la mañana siguiente de su captura, mi comandante.

-¿Ajusticiamiento? -inquirió Vai.

-Suicidio -se atrevió a matizar el recluta-. Presuntamente.

-Suicidio... -repitió Vai en voz alta y soltó una sonrisa jocosa carente en su totalidad de pizca de buen humor- Así que el único prisionero de la reyerta, un hombre amordazado, atado de pies y manos, se ha quitado la vida. -se mesó su angulosa barbilla. No supo explicarse el motivo, pero aquella eventualidad no le extrañó en absoluto. Pediría una lista de todos los soldados presentes en la escaramuza y de aquellos que estuvieran de servicio en Risco Roto, incluidos los que rondaran por allí de permiso.- Continúe -le espetó al soldado.

-Los batidores informan de que el grupo que escapó con los carromatos consiguió evadir la captura y se internó en el Bosque de las Vermis. Los dos carros blindados fueron recuperados, pero en el segundo no se encontraron los impuesto robados. Dentro de los cofres habían... -la nuez del soldado subió y bajó como un émbolo- Bueno. En el informe hay una descripción detallada de lo que se encontró en los cofres del segundo carromato.

-Ni una moneda me supongo.

-Así es, mi comandante.

Vai asintió y tomó una figura de su escritorio. Se apoyó en el borde de la mesa del mapa y colocó en el linde del Bosque de las Vermis una talla que representaba una bolsa rajada por un puñal. Tras una pausa la movió a un punto medio entre Risco Roto y el Bosque. Su armadura emitió un leve crujido metálico al doblarse, como un quejido enojado. -¿A cuanto ascienden las pérdidas?

-Se estiman que unas cinco mil piezas de oro en total, mi comandante. Aún no hay cifras exactas. ¡Ah!. Y el cabo sugiere que se de por muertos a los saqueadores huidos. Para ahorrar en personal y eso.

"Ni hablar" pensó Vai. Hubiera fruncido el ceño si no fuera por que llevaba un buen rato con una mueca constante de preocupación. -¿Quién escribió el informe? -preguntó con suspicacia. El soldado delgaducho titubeó y comprobó el nombre que firmaba el documento.

-El cabo Morcher, mi comandante.

"El recién degradado cabo Morcher. Interesante" reflexionó Valira. "Una deliciosa casualidad". Hizo otra anotación mental y acto seguido sopesó las consecuencias inmediatas del extravío de aquellos impuestos. Una sexta parte del total, más o menos, no era una pérdida excesiva. Una minucia en comparación con las vidas que se habían segado en la refriega de Risco Roto. Buenos hombres, algunos íntegros, otros peores. El dinero no le iba a servir de nada a Valira si no podía invertirlo en equipar a guerreros capaces de empuñar una espada sin rebanarse un pie en el proceso. El Puño de Hierro no podía permitirse el lujo de verse envuelto en más escaramuzas como la librada a los pies de la Catedral de Plata.
Valira resopló y se mesó el puente de la nariz. Se le amontonaban los problemas. Contaba con hasta el último de aquellos peniques para abastecer los cuarteles, formar a nuevos reclutas y contratar mercenarios experimentados de Imperia. El Gran Consejo de Puerto de Bridamar se había negado en rotundo a conceder al cuerpo una financiación extraordinaria. Aquellos políticos apolillados alegaban que las arcas de La Casa de la Moneda se estaban vaciando a un ritmo alarmante y había que cerrar el grifo, invertir el oro del estado en tareas de mayor prioridad, como organizar reuniones de urgencia (Orgías y festines), importar nuevos sillones para la sala del consejo (De cuanto más lejos y exótico, mejor) y comprar abundante pan de oro para forrar estatuas. Pero por si últimamente no habían suficientes desgracias, resultaba que el Hierofante de la Iglesia del Señor del Sol, Aeneas Rodanth, había obrado un auténtico milagro y se había comprometido a contribuir a la causa de la Comandante con una sustanciosa donación. Pero tras la desaparición del mapa del Clérigo y la masacre de Risco Roto, resultaba obvio que Valira también podía ir despidiéndose de aquella inyección económica. Tendrían que tirar con lo puesto. -Bien. Deje sobre la mesa los informes y escuche con atención. Quiero que transmita unas órdenes al capitán de los batidores, Ulvar Bwofar -interrogó al soldado con la mirada-. Lo conoce. ¿Me equivoco?

Era difícil olvidar al capitán de los batidores una vez visto por primera vez. Era como contemplar a un oso montando a caballo, solo que con más pelo.
El recluta asintió.

-Bien. Acérquese -. El soldado se escurrió hasta colocarse junto a su superior. Aún temblaba un poco. Valira suspiró, lo agarró del hombro y lo clavó a su lado de un tirón. Le señaló en el mapa la zona al este de Risco Roto. -Quiero que los exploradores se retiren de la zona circundante a las ruinas y se reagrupen con sus oficiales. Serán reasignados a las fronteras -señaló los caminos hacia las montañas grises, los puertos en la costa y Cruz de Cuervo. Terminó apuntando a la línea que delimitaba con Imperia-. Exceptuando el bastión de Piedrablanca, que está ya seguro con la presencia del Capitán Runaestrella. Por último se doblarán las patrullas, pero no en número de ellas, si no en cantidad de efectivos por unidad -puntualizó-. ¿Lo ha retenido todo, soldado? -El recluta asintió con un siseo poco convincente y se secó el sudor de la frente. Valira apreció como la información se le escurría al joven por la cara, contenida en cada gota de sudor. -¿Está seguro de que lo ha entendido todo, soldado? -presionó con algo de mala leche.

-¡Si, mi comandante! -se reafirmó el joven. Ésta vez con genuina confianza.

Vai repasó las órdenes en su cabeza. Las pondría por escrito de inmediato, junto con las verdaderas disposiciones que no había revelado al recluta y que sí temía que llegaran a oídos equivocados: Tres pelotones de los mejores batidores patrullarían a los alrededores de Cruz de Cuervo y se podría en alerta a la red de espionaje. Esperaba que alguien se confiara y diera un paso en falso.
Al recluta de blanquecinas piernas que tenía a su lado aún le llevaría un buen rato darse cuenta que no era necesario que andara correteando por el Bastión en busca de todos los oficiales pertinentes. Vai se tomó aquello como un pequeño experimento de lealtad y disciplina, pero no lo consideró ni remotamente parecido a lo de los lacres rotos. -Está bien. Eso es todo, soldado. Puede retirarse -le instó con un gesto con la mano. El recluta se quedó clavado en su sitio. Entreabría la boca, como si estuviera pidiéndose permiso a sí mismo para hablar. Valira lo miró con tono airado-. ¿Acaso hay algo más de lo que quiera informar, soldado? Por que soy una mujer muy ocupada -dijo con voz fría, volviendo a hacer crujir su fina armadura de láminas al entrecruzar los brazos a la espalda.

-Lo cierto es que sí -el joven manoseó las misivas mientras pasaba el peso del cuerpo de una pierna a otra-. Debo informarle de algo más. Pero no por escrito.

-Hable.

-Un asalto. Robo con asesinato.

-¿Una patrulla de nuevo? -preguntó Vai molesta. Hacía meses desde la última vez que un grupo de bandidos se atreviera a asaltar a una escuadra del Puño de Hierro. Valira se aseguró de que aquellas humillantes situaciones no volvieran a repetirse- ¿Cómo es eso posible? ¡Hable!

-No mi comandante, no es un asalto a una patrulla. Es algo... Diferente -aclaró con reticencias, pues no estaba seguro que diferente fuera la palabra más adecuada-. Hace unas horas ha aparecido muerto el dueño de una librería. La jefa de la patrulla urbana, Liviara Ross, insistió en que usted en persona debía de presenciar la escena del crimen. Por lo visto se trata de algo... Macabro.

Valira dio un respingo y las facciones de su rostro se endurecieron. No estaba enfadada, todo lo contrario. Apuntó con el dedo al mapa abarrotado de figuritas. -Recluta. Indíqueme donde está esa librería. ¡Ahora! -ordenó al tiempo que se apresuraba a recoger su espada, el yelmo y un pequeño artilugio gnomo que funcionaba como una lupa. Aunque Vai consideraba todo crimen cometido en la ciudad como una derrota personal, aquella noticia era precisamente la que llevaba tiempo queriendo oír.

PARTE II

NOTA: Punto de conflicto. Este párrafo creo que es demasiado largo y pesado.

Vai mandó al recluta de piernas lechosas a ocuparse de otros menesteres en cuanto fue conocedora del callejón donde se había cometido el crimen. La comandante podía dibujar con los ojos cerrados casi todas las calles de aquella ciudad que tanto esfuerzo dedicaba a proteger. Desde los barrios de estirados, como el Distrito de los jardines (Donde las familias de sangre noble supervivientes a La purga, mataban el rato conspirando entre ellos o celebrando catas de quesos), hasta las infames ramblas del barrio portuario (Donde por su parte sus habitantes lo que solían hacer era degustar brebajes, fermentados en bañeras de dudosa homologación, en alguna de las múltiples posadas que brotaban por allí por generación espontánea. Locales que no superarían los controles de sanidad ni de una patrulla de higiene orca), todo rincón de Puerto de Bridamar, incluso el más turbio, había sido pisado por la bota de Valira en tiempos pasados. Probablemente también hubiera derramado en él algo de sangre. Sangre ajena en su mayoría. Pero no vamos a exagerar diciendo que Valira era capaz de reconocer las calles valiéndose de la textura de los adoquines del suelo (Ya que ella siempre había sido muy quisquillosa con el calzado y nunca usó botas de suela de cartón), pero lo que si podemos asegurar es que Valira Edvig no nació Comandante del Puño de Hierro: Antes de coronarse en lo más alto de la escalera de poder militar de la región, había pasado por cada uno de sus escalones combatiendo el crimen, al tiempo que sudaba sangre por abrirse paso en una jerarquía carente de mujeres. Se le daba bien aquél trabajo. Antes de iniciar su carrera militar Valira ya había perfeccionado el arte de dar caza a criminales por oro. Adoraba aquél trabajo y echaba de menos los viejos tiempos cuando el anonimato le permitía combatir el crimen a pie de calle y no perder el tiempo con papeleos fútiles, calentándose la cabeza en intentar convertir a todos sus hombres y mujeres en algo parecido a lo que había sido ella: Eficiente, tenaz y expeditiva. Leal. Un ideal de que le había costado horrores desprenderse, pues Valira era consciente de que era imposible arreglarlo todo, sobretodo cuando no está roto, si no sucio y podrido.
Nunca había entrado dentro de sus planes el perder el tiempo intentando jugar sus piezas con honestidad mientras el resto de estamentos y poderes hacían trampas delante de sus narices. Pero eso es en lo que hoy en día ocupaba casi todo su tiempo, política. Valira ya apenas pisaba la calle y el anonimato ya no estaba de su lado. Aunque la inmensa mayoría de los ciudadanos de a pie no reconocerían a Valira Edvig si se la encontraran sentada a su lado en la posada del barrio, el emblema negro labrado que exhibía en su cota de bandas no dejaba duda de su rango: Un guantelete en relieve, representando un puño cerrado rodeado de una estrella de nueve puntas, gritaba a los cuatro vientos que las botas de la Comandante de Puerto de Bridamar volvían a pisar las calles de la ciudad.

Algunos, es decir, aquellos que rebuznan sin saber, se habrían escandalizado por el hecho de que la máxima autoridad militar de la región se adentrara en los barrios más peligrosos de la ciudad con tan sólo dos lanceros como escolta. Aquello parecía una temeridad, un riesgo gratuito. Pero Valira no era una mujer que se amedrentara fácilmente, tampoco una necia. Deseaba tener bien cerca a cualquiera que estuviera relacionado con la enfermedad que asolaba la Costa Oeste, por si se presentaba la oportunidad de agarrarlo del pescuezo y hacerle un par de preguntas. También contribuía a que sus pasos fueran firmes y seguros, el hecho de que si alguien se atrevía a atacarla se encontraría con que en realidad la Comandante iba mucho más escoltada de lo que parecía a simple vista. Como hemos dicho Valira era una mujer que rebosaba arrojo por sus poros, no una necia.

Adyacente al barrio portuario, el callejón del trapero apenas era la callejuela en forma de T que quedaba entre un apelotonamiento de edificios destartalados que olían a madera podrida y un conjunto de chabolas viejas desde donde salía un perenne tufillo a potaje de cebolla y pan duro. De día, el callejón solía estar tomado por un grupo de niños que jugaban descalzos al pilla pilla con la oreja vuelta por si podían irrumpir en alguna casa y llevarse algo para echarse a la boca. Al caer la noche, algún que otro pordiosero buscaba allí cobijo contra el viento y la lluvia, en el abrigo de los porches que formaban las paredes a medio desmoronarse del callejón.
Pero aquella tarde no había ni niños jugando, ni mendigos protegiéndose del frío. La patrulla urbana del Puño de hierro cerraba el acceso al callejón, disuadiendo a cualquier curioso que osara indagar en el motivo de tanta presencia armada. En cuanto Valira dobló la esquina los soldados dejaron de apoyarse perezosos sobre sus lanzas y formaron con una sincronía admirable. Vai les devolvió el saludo al tiempo que les ordenaba descansar. A la jefa de patrulla le costó algo más reaccionar e interrumpió su charla con sus hombres, que nada parecía tener que ver con investigaciones criminales a juzgar por las risas que desataba la figura femenina que perfilaba con las manos. En cuanto ésta notó la presencia de su superior absoluta, se acercó con prisas y se cuadró.

-Sargento Ross presente, mi comandante. Todo en orden de momento, mi comandante. La hice llamar de urgencia, mi comandante -la sargento saludó llevándose el puño al pecho. A juzgar por su cara de satisfacción, sabía que tenía algo jugoso entre manos. Valira le devolvió el saludo con resignación. Liviara Ross siempre había mostrado un caracter algo impetuoso, pero había demostrado en sobradas ocasiones una lealtad encomiable, así como una notable capacidad de liderazgo y disciplina. No en vano Valira en persona había recomendando su ascenso en un par de ocasiones, aún siendo muchísimo más exigente con ella que con otros cargos medios de su promoción. Liviara Ross le recordaba en cierta manera a ella misma de joven. La mayor diferencia entre ellas dos era que ésta adoraba a su comandante y Valira pronto se dio cuenta que el suyo era tan competente como un leño. De hecho podía decirse que la sargento adoraba a su comandante. Aquello estaba bien, por supuesto, pero cada vez que Valira veía aquellos ojos azules y vibrantes clavándose en ella, no podía dejar de sospechar que la devoción era un término algo inexacto y escaso para definir la relación unidireccional que profesaba la sargento hacia ella. Aunque Valira respetaba a la jefa de la patrulla urbana, siempre intentaba mantener una amistad fríamente profesional. Por si acaso.

-Bien Sargento Ross, no vamos a perder el tan valioso tiempo del que no disponemos -empezó a decir Vai sin dejar hablar a la soldado-. Un recluta se ha presentado en mi despacho y me ha hecho arrastrarme hasta este agujero. Espero que haya merecido la pena.

La oficial asintió y la escoltó hasta la puerta de una casucha vieja. Tres escalones de piedra casi redondos por el desgaste ascendían hasta un umbral apuntalado con vigas y tablones de procedencias mixtas. Dos soldados apretujados custodiaban el umbral con problemas (Los problemas eran que sólo cabían juntos si se ponían de lado). Valira notó enseguida que ambos empuñaban las espadas desenvainadas. Había salpicaduras de sangre por los alrededores.

-¿Han tenido algún percance?. -Más que preguntar, Vai afirmó.

-No mi comandante. Es decir... Bueno sí. Así es.

-Decídase.

-Nada relevante en realidad. Un par de entrometidos han venido a fisgar. Lo típico -se justificó la sargento-. Un tarado casi se cuela en la escena del crimen. Apestaba a meados y agitaba un pollo degollado en una mano mientras que con al otra nos amenazaba sobre nosqué del fin del mundo. Lo invitamos a abandonar el callejón. Sin agresiones por supuesto. Quizá alguna patada, pero suave -aclaró.

-A veces desearía que los locos acertaran alguna que otra vez -suspiró Valira.- Bien. Vayamos al grano. ¿Que me he perdido?

Un hecho notable, relacionado con lo que estaba ocurriendo ahora mismo en aquél callejón lleno de orines, es que hace exactamente seis semanas Valira expuso ante el Gran consejo de la ciudad su preocupación por la inusual oleada de agresiones e incidentes que venía sufriendo el cuerpo militar. Tras la pertinente negativa de otorgar al Puño de Hierro una financiación extraordinaria, Valira se agarró un cabreo legendario, de esos que dejan puertas desencajadas a su paso, que le sirvió para acabar de convencerse de que el resto de gestores de la ciudad iban a colaborar con ella lo mismo que un mono con dos martillos al propietario de una tienda de cerámicas. La comandante habló con sus oficiales de confianza (Y con algunos selectos oficiales de desconfianza) y les instó a que le reportaran directamente a ella cualquier incidente fuera de lo común (¡O sospechoso!) con el que se toparan. Nada de papeleos o duplicado de informes al consejo.
La sargento Ross estaba dentro de ese reducido círculo de confianza y en cuanto ésta le explicó qué es lo que se había encontrado la patrulla en aquella librería, Valira la felicitó por haber captado a la perfección la esencia de lo que había querido decir con "Incidente fuera de lo común (¡O sospechoso!)

No había rótulo alguno que sugiriera dueño o ocupación de aquél local. Sólo se podía leer "Compro y vendo libros viejos"garabateado en una tabla de madera clavada sobre el pomo de la puerta. Nada más. Ni un tablón chirriante meciéndose sobre el portón, ni inscripciones misteriosas talladas en el marco sugiriendo que te adentraras en la adquisición de volúmenes perdidos o literatura erótica prohibida. Aquella tienda no destacaba en nada en absoluto, de hecho lo que parecía era un almacén abandonado. Vai dudaba de que alguien en la historia hubiera reparado en que ahí había un negocio de venta de libros y dedujo que llamar la atención no era algo que buscara el emprendedor que se instaló en aquél preciso cajellón. En caso contrario, el dueño no pretendería llevar un comercio en un emplazamiento donde la mayoría de sus vecinos son incapaces de leer sus productos y en donde sus potenciales clientes no se atreverían a poner un pie sin escolta. Si alguien vivía por allí era por obligación. O por búsqueda de anonimato.

Tras comprobar que la cerradura no presentaba marcas de arañazos, Vai se sumergió en aquella cueva de libros y la primera impresión que la abofeteó fué que acababa de colarse en el trastero secreto de algún erudito muerto hace mucho tiempo, y no sólo por el olor, que dejaba claro que el cuerpo del delito estaba muy cerca, si no por el hecho de que cualquier cosa parecida al orden no era aplicable allí dentro. Pilas y pilas de tomos acumulaban polvo formando torres sobre muebles, que a su vez eran calzados por otros libros, amenazando con venirse abajo en forma de alud pergaminil. Pero aquellas atalayas serpenteantes de conocimiento se resistían a derrumbarse, como si se hubieran fosilizado para siempre en aquellas caprichosas formas. Otros tantos tomos se apretujaban en las estanterías, donde los grimorios más pequeños se batían en duelo por encajar entre los de mayor tamaño. A Valira toda aquella lucha pausada le recordó a un bosque, sólo que en vez de árboles y animales había libros y una decoración excesiva, barroca. (NOTA. ÉSTO ES UN PIE DE PÁGINA. Entendiendo como barroco el término acuñado al estilo artístico que puso de moda el belicoso monarca de Imperia Diógenes II Barroco hará como medio eón. Diógenes II pasó a la historia por batallar hasta contra el viento y por sufrir una patología que le impulsaba a acumular y utilizar como decoración todo aquello saqueable durante sus campañas militares, desde la más ostentosa lámpara de araña requisada del palacio del gobernante enemigo del turno, hasta la mayor basura con la que se cruzara uno de sus soldados, aunque ésta fuera una cizalla herrumbrosa que usara un goblin para cortarse las uñas de los pies. Actualmente dicho trastorno del comportamiento se conoce como "El síndrome de Diógenes II" y suele ser bastante común entre aventureros, anticuarios asociales y señoras de avanzada edad dueñas de un número obsceno de gatos). Así pues, montañas de candiles, recipientes estropeados y cuadros pintados con escaso talento, ocupaban el poco espacio que cedían lo libros, superponiéndose entre ellos como en una batalla por ver quién destacaba más. Valira jamás lo reconocería, pero lugares como aquél le mareaban. La comandante se llevo una mano al cuello de forma inconsciente y se secó una gota de sudor que serpenteaba su frente. Era como estar dentro de una paradoja, no podía caber tanto trasto en tan poco espacio. Sentía que le faltaba el aire, pero aún así recorrió el sinuoso pasillo en busca de la fuente del olor a crimen.
Y lo encontró.

Un mostrador gris presidía la habitación más amplia de aquella tienda, que seguía siendo opresivamente claustrofóbica. Sobre el escritorio un cuerpo vestido con una toga holgada yacía tumbado boca abajo con los brazos colgando. La sangría había empapado todos los enseres del bibliotecario escurriéndose hasta la punta de los dedos y formando un charco en el suelo. La mancha marrón cubría casi todo el suelo, pero apenas se podían apreciar salpicaduras por los alrrededores y mucho menos huellas de botas o dedos. Una marca parcial de botín fue lo único que encontró. Por el olor del cuerpo, que rezumaba a muerte pero aún no se había acercado al punto álgido de hedor, aquél hombre no podía llevar más de un par de días fiambre. Valira arrugó levemente la nariz y se dispuso a inspeccionar el cadáver.

Saltaba a la vista que la piel de los brazos había sido arrancada a tiras por alguien que sabía bien lo que estaba haciendo. En las muñecas se distinguían unos cardenales que no dejaban mucho margen a la imaginación. "Lo han inmovilizado y despellejado" anotó mentalmente. Después agarró el cuerpo por el hombro y la cintura. Le dio media vuelta.
La víctima, un varón de raza humana de avanzada edad, presentaba un tajo de lado a lado en el cuello. Un corte profundo y rápido. Era evidente que habían continuado el trabajo de los brazos con su rostro, pero a juzgar por los cortes irregulares en la cara y el pecho, el anciano se había resistido al desollamiento. Comprobó el corte en la garganta:"Lo degollaron vivo", lo cuál le llevó a pensar que durante la tortura el corazón del hombre no falló y apagaron su vida de un tajo. Valira se mesó su angulosa barbilla de forma metafórica, pues sus guantes estaban manchados de sangre, y se quedó mirando al cuerpo. "Lo asesinaron a sangre fría hacia la mitad de la tortura. Nadie acudió a socorrerle, así que o bien obtuvieron de la víctima lo que querían, o se equivocaron de hombre"

Dejó de prestar atención a las heridas y se fijó en el conjunto. Una reconstrucción mental de la escena, con el hombre tumbado sobre el escritorio y siendo... ejem... interrogado a la fuerza, le aclaró sus sospechas respecto al asesino: Aunque la zona estaba poco revuelta, las escasas manchas de sangre que pudo encontrar estaban repartidas a dos alturas, tres como mucho. Hubo dos asesinos. Estaba segura.

Se centró en los ropajes del anciano: Lo más destacado que encontró fue una quemadura negruzca en el brazo derecho que no supo explicar y que del cordón que anudaba la túnica por la cintura colgaban unos cordeles deshilachados sajados por una navaja que debía de cortar menos que un mendrugo de pan. Vai frunció el ceño y levantó la vista. Tras el mostrador empapado en sangre asomaban en los estantes unos cilindros de cuero. Abrió un par y se encontró con que estaban llenos de vitelas raspadas. Vai sabía que si uno encontraba un buen comprador podía sacar bastante plata por pergaminos de segunda mano, mucha más que la que podía colgar del cinto de un bibliotecario. "Los asesinos no vinieron a por dinero, pero alguien cortó la bolsa". De hecho los cilindros estaban sin tocar. Nadie se había molestado en rebuscar en ellos. Entonces Vai dio un respingo y sintió una corazonada, un pálpito de esos que te susurran en la cabeza a la altura de la nuca y que eres incapaz de comprender, sólo dejarte llevar hacia algún tipo de evidencia que sabes que está por ahí, pero no ves. Algunos magos explican éste fenómeno con la teoría de que en todo ser inteligente existe algún tipo de capacidad psiónica residual o latente. Dicha hipótesis no es muy popular entre los círculos de magos más conservadores (Que son casi todos). Pero Valira no tenía ni repajolera idea de magia, así que explicaba el origen de esos presentimientos de una forma mucho más mundana: Años de experiencia y una personalidad desconfiada por naturaleza. Sacó el aparejo gnomo, que básicamente era una especie de cilindro con tres vidrios graduables y rebuscó en el mostrador pulgada a pulgada. No le costó mucho dar con una mancha de sangre que se cortaba abruptamente al llegar a una rendija del mueble, y se reanudaba a continuación un par de milímetros más arriba de lo que la lógica mandaba. Valira guardó la lupa, desenvainó un estilete y hurgó en la junta. La madera cedió con un "Clack", revelando un compartimento encajado con prisas. Apartó la tablilla y se topó con un hueco estrecho repleto de libros deshojados, arrugados y revuelto. Valira por unos instantes le brillaron los ojos como dos ópalos, pero aquél cajón secreto ofreció experiencias mucho menos emocionantes de lo que esperaba. Allí dentro no quedaba nada revelador. Alguien se había tomado las molestias de que así fuera. Lo único que pudo sacar en claro fueron un par de tapas arrancadas ("Cultos antiguos de los mares del sur", "Triangulación arcana. Ritos precisos") y un manuscrito ilustrado sobre posturas amatorias muy imaginativas que no se atrevió a abrir.. Nada de aquello le decía algo útil. Vai frunció el ceño. Sea quienes fueran los autores de aquella sangría no querían dejar pistas. Salió de la tienda y buscó a la sargento Ross.

-Doy por hecho que no hay testigos.

-No mi comandante. Nadie parecer haber visto nada -confirmó Ross con cierto rubor avergonzado en sus mejillas-. Estamos... Trabajando en ello.

-Me cuesta creer que nadie haya escuchado los gritos de un hombre siendo despellejado vivo o los pasos del ratero que ha estado ahí dentro antes que nosotros -aseguró-. Así que o bien buscamos a unos profesionales como la copa de un pino o aquí abunda el miedo a abrir la boca -.Vai guardó en una bolsa los guantes de cuero manchados de sangre y se puso los de metal. Ahora sí se mesó la barbilla, pensativa. Apuntó a la sargento con el dedo-. Quiero que reviséis si alguien ha desapareció por el barrio en los últimos dos días -la sargento asintió mientras se apresuraba a garabatear en un trozo de pergamino-. Volveréis a interrogar a los vecinos, pero ésta vez con tacto. Y por los dioses, aflojadles algo de plata, aquí la gente pasa hambre -asentimiento de Ross, anotación en el pergamino-. También quiero en mi despacho todos los informes de las patrullas que rondaban por el distrito las últimas dos noches -asentimiento, pergamino-. Y como alguien te ponga la excusa de que esa noche casualmente no le quedaba papel o que su perro se le ha comido el informe, lo detienes y me lo mandas directamente. ¿Entendido? -la sargento masculló detención al tiempo que terminaba de apuntar las órdenes.

-Todo claro, mi comandante. Como el agua -exclamó llevándose el puño al pecho

-Perfecto. Confío en su buen hacer, sargento. Cualquier novedad ya sabe, páseme el informe a mí directamente y sáltese la burocracia.

-Hay que ahorrar en pergaminos, mi comandante.

-Exacto, hay que ahorrar. Si alguien se te queja le dices que cuando el Consejo nos financie volveremos a despilfarrar en desfiles y papeleos por triplicado. Y luego me lo mandas al despacho.

-...también... al despacho...comandante...– última anotación a pie de pergamino.

Valira esbozó una ligera sonrisa y se dio media vuelta, encaminada a salir del callejón y volver al baluarte.Tras la máscara fría que era su rostro bullía un hervidero de ideas luchando entre ellas por salir a la palestra. La que de momento iba venciendo apoyaba la hipótesis de que dos asesinos torturaron al bibliotecario hasta dar con algo que quizá escondiera en la tienda; a las horas se dejaría caer por allí un ratero que al ver la puerta abierta pensó que era su noche de suerte, entró, se topó con un espectáculo que le cortó la digestión, pensó que un muerto no necesitaba el dinero para nada y se marchó de allí a la carrera. Todo aquél supuesto era un buen principio con el que trabajar, pero el motivo de semejante carnicería le era un misterio, así como el hecho de que nadie hubiera oído los aullidos de un hombre al que le arrancan la piel a tiras. ¿Magia? ¿Miedo? ¿Sobornos?. Valira resopló, deseosa de darse un buen baño y liberarse de sus responsabilidades aunque fuera sólo por unos minutos, pero fue doblar la esquina del callejón, toparse con sus dos escoltas prendiendo a un hombre y sus sueños sobre baños calientes se esfumaron al instante. El hombre detenido gritó y Vai lo reconoció al instante por el pálido de su cara: Era el recluta flojeras. Otra vez. Tenía el rostro empapado de sudor y apenas se le entendía una palabra entre los jadeos entrecortados. Debía de haber venido corriendo desde el baluarte. Sin quitarse la armadura.

-¡Com...-resuello-...dhaan...más resuellos-...tttttehhh! -exclamó intentando liberarse de la presa. Uno de los escoltas le retorció el brazo tras la espalda, estampándolo contra la pared. El otro guardia le quitó la espada del cinto y le acarició con ella la nuca. Vai alzó la mano enguantada. Los soldados obedecieron de inmediato y lo soltaron, pero no le devolvieron el filo. El joven se levantó quejumbroso, apoyando las manos en las rodillas mientras recuperaba el aliento.

-Parece que no me voy a librar de usted, soldado -dijo Vai con resginación-. ¿Qué es esta vez?

-Comand... -tos, tos, resuello.

-Tómese su tiempo... -. El soldado se lo tomó. Vai cruzó los brazos con gesto impaciente.

-¡Comandante, ha habido otro ataque! -tosió- ¡Otro hombre desollado!.

Los ojos de Valira se dilataron como dos platos de ébano.
-¿¡Cuando!? -inquirió.

-Acaban de encontrar el cuerpo. El oficial Vagras me envió a por usted nada más leer el informe

-Llévame hasta allí de inmediato -ordenó Vai agarrando al recluta por el brazo y literalmente arrastrándolo fuera del callejón-. ¿De quién se trata ésta vez?

-De un prestamista, un don nadie, mi comandante.

A un par de manzanas del callejón del trapero, la ballesta cargada que Bernard siempre tenía a mano no había evitado que acabara despellejado tras el mostrador. Alguien se había cebado con el prestamista, pero en ésta ocasión le habían dedicado mucho menos tiempo que al bibliotecario. El interrogatorio había sido breve y expeditivo. Prácticamente una ejecución. Una patrulla entera de soldados revisaba cada centímetro cuadrado de la tienda en busca de cualquier pisa, ignorantes de que era un esfuerzo fútil. Los últimos clientes de Bernard no sólo se habían ido de su tienda con una vida, si no que se habían tomado las molestias pertinentes para que nadie encontrara una sóla referencia a cierto grimorio extraviado con el que el prestamista había tenído la mala suerte de toparse. Dicho tomo ahora volaba rumbo a la costa, lejos de las manos avariciosas que ansiaban hacerse con él.

Y hasta aquí

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