Hoy me ha pasado algo muy bestia

hda

En fin, qué decir. Gracias. He salido a dar un paseo esta noche y me he dejado el bolso (con el libro que estoy leyendo ahora) en casa; pero no hay problema, ahí estás tú con unos cuantos capítulos para amenizarme el tiempo. Brindo por tu pluma :)

Arawna

Gracias a tí por leerme hda :)

Viernes 13 de abril de 2007, 11:31h
Segunda noche

Hoy me he dormido. Empezamos bien.
Además he comprobado una vez más que en la suerte no se puede -ni se debe- confiar.
Esta noche no ha sido muy distinta de la de ayer, lo que significa que no he encontrado al criminal. Además la policía ha seguido patrullando las calles toda la noche, por lo que deduzco que ellos tampoco. Al menos no ha llovido. Un superhéroe con paraguas es algo que me sería difícil de asimilar, además de hacerme sentir aún más ridículo.
A pesar de lo tranquilo que ha transcurrido mi "turno de guardia", ha habido un pequeño incidente digno de mención aunque por suerte me ha pillado cerca de casa, cuando ya regresaba. Me ha venido a la garganta el ya conocido sabor de mi propia sangre y me ha empezado a chorrear la nariz cosa mala. No tenía otra cosa a mano que el pasamontañas y lo he puesto perdido de sangre, además he dejado un buen charco en la calle, para que cualquiera que pase y lo vea pueda pensar que allí ha habido un accidente o un crimen. Sólo me falta ir dejando pistas falsas por ahí.
Con el pasamontañas cubriéndome la nariz he llegado a casa y al abrir la puerta y cruzar el recibidor corriendo, he visto algo en el suelo por el rabillo del ojo; era un sobre. Antes de cogerlo, restándole importancia, he ido al baño a lavarme y he dejado el pasamontañas en agua caliente. El sobre no llevaba nada escrito, ni sello, ni dirección, ni remitente. Nada. Lo he abierto sentándome en el sofá y he sacado una hoja de su interior, donde había unas cuantas líneas escritas con boli azul:

"Lamento todo lo sucedido y que por ayudarme te veas en problemas.
Mi marido no atiende a razones y no he podido impedir que cursara una denuncia contra ti, pero te prometo que te ayudaré en todo lo que necesites. Con tu ayuda y con la de los vecinos quizás consigamos que lo encierren en algún sitio durante un tiempo, donde lo traten y me lo devuelvan siendo el hombre del que me enamoré.

Siento mucho todo ésto.

Clara
PD: si necesitas algo díselo a Magda, ella me lo hará saber."

Esta mañana al levantarme me la he vuelto a leer. No tenía claro que no perteneciera a un sueño pero ahí estaba, tal como la recordaba. Cosas así son las que te animan a seguir, supongo.

De todas formas he decidido tomarme un decanso esta noche y quedar con Sara; puede que el tipo se haya cansado o se haya ido a otro lugar sabiendo que lo buscan, o puede que nunca más tengamos noticias de él. No creo que pase nada porque me tome una noche libre.
Además está la policía patrullando toda la noche. Confiaré en ellos hoy, que por algo son los profesionales.

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Arawna

Viernes 13 de abril de 2007, 17:55h
Estática

Algo no marcha bien dentro de mí.
No me encuentro demasiado bien, y esta vez no se trata de una migraña ni de un catarro. No sé que és, pero me siento pesado, sobre todo la cabeza...
Quiero pensar que es por el cansancio acumulado, aunque hay algo que me mosquea: desde este mediodía he empezado a notar algo extraño, como un zumbido, una vibración muy sutil. Primero pensaba que era el móvil de alguien o el aparato del aire, pero no, resuena en mi cabeza como la estática de una emisora mal sintonizada. No es que me duela nada, pero coño, molesta. Me cuesta pensar.
Mañana pienso pasarme el día entero tumbado en el sofá, a ver si se me pasa, y el lunes sin falta pediré hora para el médico. Todo ésto empieza a preocuparme.

Esta noche tocará poner buena cara -sé que no me va a costar demasiado- y fingir que estoy perfectamente. Una cosa es que le cuente a Sara que tengo poderes -con todo lo que ya conlleva- y otra es que además le diga que desde que los tengo parece que me esté descomponiendo. Aún no he decidido como empezaré a contárselo, ni que le diré exactamente. Supongo que según la cara que vaya poniendo me ceñiré más o menos a la verdad.
Espero que Xavier esté equivocado.

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Arawna

Sábado 14 de abril de 2007, 13:28h
Responsabilidad

Estoy deshecho. Ha pasado lo que temía y ahora me siento como una mierda.
Esta noche el maníaco ha vuelto a actuar y una anciana ha sido ingresada en el Nou Hospital de Mataró, y yo mientras por ahí jugando a ser un tipo normal.
Me cago en todo, me siento responsable, joder. Si hubiera estado allí...

Me he enterado hace un rato cuando me he bajado del tren, tres mujeres mayores hablaban entre ellas en el andén, bastante nerviosas. Parece que el miedo se está apoderando del pueblo.
Prometo que saldré cada noche hasta que dé con ese malnacido, no importa lo cansado que esté o los problemas que me acarree. Ahora no puedo pensar en mí, no tengo derecho después de lo que ha pasado. Se lo debo a esa pobre mujer que ahora yace en una cama de hospital por mi culpa.
Sara puede esperar; todo puede esperar. Ahora lo único que importa es cazar a ese hijo de puta, y darle una lección que no olvide nunca.

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Arawna

Sábado 14 de abril de 2007, 17:34h
Las cartas sobre la mesa

Ya se me ha pasado un poco el ataque de autocompasión de este mediodía, aunque mis ideas no han cambiado, solo han variado un poco de perspectiva.
Lo primero que tengo que hacer es organizarme, por mucho que vaya por ahí en plan superhéroe tengo que seguir trabajando si no quiero convertirme en un "Sin-techo Man". Y tampoco es justo para mí ni para nadie, y mucho menos para Sara, que desaparezca de repente.

No sé aún como lo haré con el trabajo, pero el ser autónomo es una ventaja en este caso, quizás reajustando un poco el horario pueda llevarlo mejor. Con respecto a Sara, hablaré con ella y le pondré las cartas sobre la mesa. Creo que después de lo que hablamos ayer puedo hacerlo. Espero que lo comprenda.
Esta situación me recuerda a algunos cómics de Spiderman, cuando ya estaba casado con Mary Jane y discutían sobre este mismo tema, y ella intentaba acostumbrarse a lo que hacía Peter Parker cuando no estaba tirando fotos. Supongo que las mujeres de los policías y bomberos pasarán por algo parecido.
Así que se lo explicaré todo. Se merece al menos eso. Mañana por la tarde tenemos que vernos y no lo retrasaré más.

Cambiando de tema, he tenido que lavar tres veces el maldito pasamontañas para que quedara limpio, parece que el agua caliente no va bien para eliminar la sangre, lo que me lleva al e-mail que me ha mandado Xavier, en el que únicamente me ha dejado un link a una web, sin más comentarios:
http://www.anticon.biz/onlinestore/index.php

Parece que quiere convertirse en mi agente de estilo...
La idea no está mal, pero esas capuchas parecen demasiado fáciles de quitar. Por ahora seguiré con el pasamontañas, aunque a partir de hoy me llevaré conmigo tres o cuatro paquetes de kleenex.

Ahora me encuentro bien, no me duele nada y el zumbido que me ha preocupado desde ayer ha desaparecido. Ahora que pienso en ello, se ha ido repentinamente en el tren junto a la sensación de pesadez al dejar atrás la ciudad de Barcelona. Qué cosa más rara... De todas formas lo que importa ahora es que vuelvo a estar despejado y que me siento capaz de todo. Más le vale a ese bastardo permanecer oculto esta noche.

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Arawna

Aprovecho para comentaros, a los que hayais terminado de leer la historia, que he colgado una encuesta en el blog, en la cual os agradeceré encarecidamente que participeis, ya que así tendré más pistas a la hora de seguir escribiendo la segunda parte :)

Domingo 15 de abril de 2007, 23:53h
Rostro borroso

Lo he hecho. Lo he parado y me siento como Dios.

Eran casi las once de la noche de ayer cuando escuché un grito ahogado procedente del cruce a oscuras que tenía unos veinte metros por delante, seguido de lo que parecían un par de golpes y el sonido de algo pesado siendo arrastrado por el asfalto. Avancé hasta el cruce y me asomé para mirar a ambos lados. Allí estaba, a una distancia de tres coches a mi derecha, intentando ocultar sus actos bajo la sombra de un enorme eucaliptus que crecía entre la acera y la calle. Siempre recordaré aquel olor que impregnaba el aire y no podré evitar relacionarlo con los minutos que siguieron. El maníaco tenía inmovilizada a una mujer de mediana edad, que se revolvía en el suelo, y le cubría la boca con una mano enguantada.
Me vio y se quedó totalmente quieto, mirándome fijamente desde las sombras mientras yo avanzaba hacia él. Por la facilidad con que sujetaba a su víctima el tío debía ser bastante fuerte. Más me valía no subestimarle.
A medida que me fui acercando intentaba verle la cara, pero realmente parecía borrosa, tal como habían descrito sus anteriores víctimas.
-Suéltala -dije acercándome, ya solo nos separaban unos metros y él seguía sin moverse, observándome. Incluso parecía que ni siquiera respirara. Era bastante inquietante, la verdad.
Al llegar junto al coche aparcado bajo el árbol, a escasos tres metros de ellos, hizo un movimiento muy rápido con el brazo con que sujetaba a la mujer y la soltó. Ella cayó inconsciente sobre la acera, como un saco de patatas, y en ese momento me asusté. Creí que la había matado.
Retrocedió unos pasos lentamente sin dejar de mirarme y le seguí sin tenerlas todas conmigo. No sabía donde me estaba metiendo, y me empezaba a preguntar si realmente estaba preparado para ello.
Pasé junto a la mujer y vi que aún respiraba. Suspiré aliviado y volví a centrar mi atención en mi "amigo", que ya había salido de las sombras. Vestía ropa de calle muy corriente, y lo único extraño era aquel rostro indefinido y el modo en que retrocedía, como si cada movimiento estuviera calculado y tuviera un propósito.
Llegó hasta el centro de la calle y se detuvo bajo la luz de una farola. Parecía estar esperándome. Ahora o nunca, pensé, y me lancé sobre él con la intención de pillarle por sorpresa. Pero él fue más rápido y con el codo me golpeó en el cuello, en toda la nuez de adán, haciéndome retroceder al tiempo que del bolsillo de su chaqueta sacaba una navaja con una rapidez inesperada. Intenté apartarme, pero aturdido como estaba sólo logré que no me ensartara de lleno. Sentí el frío mordisco del acero en un costado y retrocedí de un salto. Nos quedamos mirando el uno al otro, midiéndonos, y en la hoja de su navaja pude ver resbalando mi sangre.
No recuerdo muy bien qué sucedió a partir de ese momento, pero sí sé lo que sentí: un odio brutal hacia aquel tipo. Quería acabar con él, destrozarlo, hacerlo desaparecer; convertirlo en nada. Dejé que la rabia me cegara.
Cuando recuperé el control el maníaco estaba en el suelo en posición fetal, tembloroso y respirando con dificultad. El brazo con el que me había atacado con la navaja estaba doblado en un ángulo imposible, y en el suelo junto a él había una mancha de sangre. El arma estaba un par de metros más allá, tirada sobre el asfalto y con la hoja partida.
No sabía cuánto tiempo había pasado, pero no podía ser mucho; la mujer seguía inconsciente.
Arrastré al criminal bajo el eucaliptus y me cercioré de que no tenía ninguna herida grave. Luego me centré en su rostro y descubrí qué era lo que lo hacía parecer borroso: una estúpida media de color carne, recortada de forma que sólo le cubriera la cara.
En ese momento me di cuenta de que con los nervios no me había puesto el pasamontañas antes de entrar en acción. Menuda chapuza. Por suerte la mujer no podía haberme visto bien y en cuanto al lunático... Poco importaba lo que tuviera que decir cuando lo encontrara la policía. Le até a conciencia con cinta americana y le dejé puesta la media después de comprobar que era un tipo con un rostro de lo más común, al que no recordaba haber visto nunca.
Me puse el pasamontañas y me acerqué a la mujer. La senté en la acera y permanecí junto a ella hasta que empezó a reanimarse y entonces me fui, no sin antes decirle que el tipo que había atado bajo el eucaliptus era el criminal buscado por la policía. Esperaba que me hubiera entendido.
De todas formas, en cuanto llegué a la primera cabina que encontré, llamé a la policía y les dije donde podían encontrar al tipo. Colgué en el mismo instante en que quisieron saber algo sobre mí y me dirigí a casa.

Después de lo sucedido solo me queda decir que he dormido como un niño, del tirón y durante más de diez horas seguidas por primera vez en meses.

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MaSoBa

Terminado el libro y los 15 capítulos del siguiente.

Mis más sinceras felicitaciones, con el formato de blog se hace muy fácil la lectura. Lo que más me ha gustado sobre todo es que no caes demasiado en detallar las cosas y sueles ir al grano, con la cual consigues una lectura más rapida idónea para pasar el rato.

Sigue así. Espero con ansia que publiques más capítulos del segundo libro.

Amazon

Tengo el libro descargado, pero no quiero leerlo porque "granito a granito" como lo vas poniendo me encanta, pero no veas si me muero entre capitulo y capitulo de lo en vilo que me dejas xd

Arawna

Muchas gracias MaSoBa, me alegro de que te haya gustado y de que te haya dejado con ganas de más, eso quiere decir que ha cumplido su objetivo :) Si puedes pásate por el blog y responde a la encuesta, por favor. Es sólo elegir cual es tu personaje favorito ;)

Amazon, tú eres de los que os gusta sufrir, eh XD

Lunes 16 de abril de 2007, 17:24h
La prueba

Menuda semanita me espera.
Ahora mismo estoy terminando con el papeleo del primer trimestre, que tengo que entregar al gestor mañana mismo, mientras varios programas minimizados esperan a que me ponga con la imagen corporativa de un nuevo cliente y con la maquetación de una revista. Y eso sin contar que el Lunes que viene es Sant Jordi, el día del libro y de los enamorados aquí en Catalunya, y que uno de mis mayores clientes es una gran sociedad cooperativa del mundo editorial que querrá que les diseñe carteles, folletos y algunas cosas más, y que todavía no se han puesto en contacto conmigo para hablar sobre ello. Como cada año, habrá que hacerlo todo en los últimos dos días...
Pero me da igual.
Hoy estoy contento, feliz. Primero por mi triunfal bautismo como defensor de la justicia, y en segundo lugar por como se tomó Sara todo lo que hablamos ayer. Me confesó que la primera vez que le hablé del asunto no me creyó y que se lo tomó como una broma o un juego, pero ayer le demostré que todo era real. Después de la demostración creo que no volverá a dudar más de mi palabra.

La noche del sábado, algo después de dejar a "Rostro borroso" bajo el eucaliptus y llamar a la policía, ya de camino a casa me acordé de la herida que me había hecho con la navaja durante nuestra pelea. Me detuve bajo una farola y después de asegurarme de que nadie me veía me desabroché la parca y aparté la ropa para poder ver el corte. No me dolía en absoluto y parecía que había dejado de sangrar. No parecía muy profundo así que retomé el paseo hasta casa y una vez allí me desnudé y limpié la herida con agua oxigenada. Entonces me di cuenta de que había desaparecido, de que no quedaba ningún rastro del corte. Realmente me había regenerado, y extraordináriamente rápido.
Sara se asustó al verme llegar junto a la cama con un cuchillo. A punto estuvo de gritar, pero mi mirada serena la tranquilizó un poco. Cuando acerqué la hoja a mi brazo su expresión pasó del miedo a una mezcla de confusión y repugnancia, y al cortarme por debajo del codo y ver el primer hilillo de sangre no pudo evitar levantarse de un salto en la cama y soltar un gritito de incredulidad. Segundos después empezó a insultarme y a recoger su ropa. Antes de que hubiera terminado de vestirse me pasé la mano por la herida, apartando la sangre, y le mostré mi brazo intacto. Se quedó mirándome sin saber qué decir, con la camiseta a medio poner. Estaba muy sexy.
A partir de ahí explicarle todo lo demás fue mucho más fácil.

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PeandPe

Encuesta contestada. Perro Negro. No por nada, sino por el desconocimiento.

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jomiparo

Ya se que la cuestión es que vuelva a parecer que cuentas lo que te pasa día a día, ¿pero no crees que engancharía mas si postearas dos capítulos cuando sean cortos?

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Arawna

Hombre, yo si quereis que postee de dos en dos posteo de dos en dos. A mí no me supone ningún problema... De hecho ya posteo dos veces al día normalmente :)


Lunes 16 de abril de 2007, 22:53h
Los superhéroes también duermen

He llegado a casa a las nueve de la noche más o menos, agotado después de un día de trabajo bastante intenso. No sé yo si el ir arrastrándose por las calles atestadas para luego subirse a un tren en el que no cabe ni una aguja -y en el que encima aún ponen la calefacción aunque haga calor- forma parte del dicho que asegura que el trabajo dignifica... Quizás el refrán se inventó en aquellos tiempos en que la gente todavía trabajaba en el campo y sólo tenía que aguantar su propio olor corporal.
En cualquier caso, he logrado llegar sin sufrir más percances, y antes de subir a mi apartamento he recogido el montón de papel que llenaba mi buzón. Subiendo las escaleras le he echado una ojeada: facturas, propaganda del chino, resúmenes de los movimientos del banco, un flyer del Telepizza, más facturas y ¡oh sorpresa!, una carta de los Juzgados de Mataró. Ya tardaban...

He tirado las cartas sobre la mesa sin molestarme en abrirlas y me he ido directo a la ducha. No hay nada que me relaje más que una ducha de agua bien caliente mientras suena en la minicadena el Carmina Burana o algún CD de Lorenna McKennit. Mientras el agua cae sobre mí es como si mi alma se desligara del cuerpo y dejara el cansancio, el dolor y las preocupaciones atrás. Me siento como debía sentirse Lobsang Rampa cuando salía flotando en sus viajes astrales, dejando el cuerpo en la tierra reposando al otro extremo del fino hilo de plata que une lo físico con lo espiritual y que marca el camino de regreso.
El “viaje” ha durado unos diez minutos que se me han hecho cortos, pero desde pequeño me enseñaron que hay que racionar el agua, así que he salido del baño satisfecho y como nuevo. He mirado las cartas al cruzar el salón y he decidido que mañana las abriré: he querido conservar mi buen humor unas horas más. Lo suficiente para poder ir a dormir tranquilo otra noche.

Hasta los superhéroes necesitamos dormir. Los que no salimos en los cómics, claro.


Martes 17 de abril de 2007, 22:41h
Molestias

El estrés vuelve a formar parte de mi vida. Hoy por segundo día consecutivo he vuelto a llegar a casa a las nueve pasadas, y sólo estamos a martes. Estoy asqueado, cansado, agobiado...
Hoy tenía que comer con Sara pero al final me he visto obligado a llamarla para anularlo y he tenido que conformarme con comerme un mísero bocadillo de atún delante del ordenador.
Me escuecen los ojos, así que procuraré no extenderme, necesito apartar la vista un rato de la pantalla antes de que me estallen los globos oculares o se frían dentro de sus cuencas.
Así que iré al grano: hoy me he dado cuenta de algo que creo puede ser importante y que además me ha recordado que tengo que pedir cita para el médico.
Hoy, de camino a la oficina, el molesto zumbido que sentí la semana pasada se ha instalado de nuevo en mi cabeza cuando el tren se ha adentrado en los túneles que pasan por debajo de Barcelona, y no me ha abandonado hasta el mediodía más o menos. Ninguno de los pasajeros que había a mi alrededor parece haber notado nada. El zumbido ha aparecido de repente, y se ha ido de igual modo. Luego, sobre las cinco de la tarde ha vuelto y ya no me ha abandonado hasta que, ya de regreso, he dejado atrás la capital.
No tengo ni idea de qué puede ser, pero empiezo a pensar que no se trata de un síntoma de algo. Es realmente extraño y debo averiguar qué es, ¿pero cómo? Igual Rafa tiene alguna idea.
¿He dicho ya que Rafa es mi Libro Gordo de Petete personal?

Voy a llamarle.

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Arawna

Miércoles 18 de abril de 2007, 9:48h
Futilidad

Estoy cabreado e indignado.
Indignado al comprobar una vez más de lo que es capaz el ser humano, y cabreado conmigo mismo por dejar que aún me afecte.

Ayer un chico mató a tiros a treinta y tres personas en Estados Unidos, la mayoría estudiantes como él; un hombre acabó con la vida de su novia apuñalándola en plena calle en Málaga; un niño de once años murió a manos de dos adultos después de que abusaran de él... Y la lista sigue...

¿De qué me sirve tener poderes en todos estos casos?
Me siento inútil, impotente.
Por mucho que me esforzara, aunque dedicara todo mi tiempo a ello, los resultados serían tan pobres, tan insignificantes...
¿Cómo llegar a tiempo al lugar dónde se está cometiendo un crimen? Aún más importante: ¿cómo enterarse de que se está cometiendo?

Me siento mal al pensar ésto, pero no puedo evitar hacerlo al ver las atrocidades de que somos capaces los seres humanos como espécie, ¿nos merecemos ser salvados? ¿Y para qué? ¿Para seguir torturando, maltratando y asesinando impunemente?
Y encima, como si no tuviera bastante con la acidez de mis pensamientos, el maldito zumbido ha vuelto hace un rato. Joder.


Miércoles 18 de abril de 2007, 15:05h
Voces en mi cabeza

Joder, joder, joder. Creo que me estoy volviendo loco de verdad.
Eso o tengo un tumor en el cerebro o algo por el estilo. Aunque claro, también podría creer en lo que me acaban de "decir".
El caso es que hace cinco minutos el zumbido ha remitido, y cuando ya pensaba que iba a desvanecerse por completo y que tendría un respiro, me ha parecido que alguien decía junto a mi oído:
“Hola, Daniel. No te asustes.”
Casi me he levantado de un salto de la silla. Estaba encerrado hasta ese momento en la oficina y hacía más de una hora que ninguna puerta se abría. He mirado a derecha e izquierda. Estaba totalmente solo. Por un momento he pensado que me había quedado dormido y que lo había soñado, pero entonces la voz a vuelto:
“No estás soñando, pero no puedes verme porque no estoy ahí contigo, aunque soy tan real como tú.”
No he sabido localizar la procedencia de la voz. Incluso he mirado la pantalla del ordenador por si se había abierto algún programa que desconocía, pero no. "¿Qué coño está pasando?", he pensado sin saber qué hacer.
“Pasa que alguien ha decidido echarte un cable” ha dicho la voz. Una voz extraña, neutra, sin acento de ningún tipo. Sin embargo, no sé como, he sabido que pertenecía a una mujer. ¿Quién era? ¿Dónde estaba?
“Las respuestas a su debido tiempo, Daniel, ahora tenemos trabajo que hacer. Dentro de cuarenta y seis minutos y veintitres segundos exactos, un hombre con un arma de fuego entrará en un bar llamado 666 Deluxe y matará al propietario de un disparo, a menos que se lo impidas.”
-¡¿Pero qué cojones?! –he susurrado, acojonado e intentando asimilar lo inaudito de la situación.
“No hace falta que corras, el lugar está cerca. Tienes tiempo de sobra.”
Al desvanecerse la voz el molesto zumbido ha regresado, y con él ha aparecido una imagen en mi cabeza y he reconocido el rótulo del bar; conozco ese antro, y está tan solo a dos calles de aquí. A continuación se ha ido perfilando en mi mente la imagen de un hombre de cabello cano enfundado en una larga gabardina de cuero negro, que miraba el rótulo a mi lado sin percibir mi presencia. Debía tratarse del presunto asesino al que según una vocecilla de mi cabeza tenía que detener.
No sé qué pensar, pero no pierdo nada por ir a hechar un ojo. Mejor me largo ya.

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Arawna

Jueves 19 de abril de 2007, 17:15h
Resistente a las balas

La cagué. Lo último que recuerdo antes de despertar es el estallido de los disparos, los dos fogonazos cegándome al intentar apartarme y el olor a quemado. El muy hijo de puta me disparó a bocajarro en las tripas. Luego el mundo se vino abajo y las sombras me tragaron.

Había llegado al 666 Deluxe con tiempo de sobra. Todavía me quedaban unos diez minutos, pero al observar el local desde fuera percibí que algo no andaba bien, aunque no sabía el que. Entré con calma, intentando serenarme a pesar de sentir como el corazón me latía con fuerza. El interior estaba bastante oscuro, aún no estaban encendidas las bombillas rojas que le daban aquel ambiente tétrico tan adecuado. El 666 Deluxe era un garito heavy bastante conocido que yo había frecuentado unos años atrás, durante mi época de estudiante.
Cuando mis ojos se acostumbraron a las sombras vi al tipo de la gabardina y el pelo blanco al que había venido a buscar sentado en un rincón, y entendí que era lo que marchaba mal. En mi visión la puerta estaba cerrada, y ahora me la había encontrado entreabierta. Pasé la vista por el local, quieto frente a la entrada. Sólo estábamos el presunto asesino y yo, aunque salía ruido de la puerta de detrás de la barra. Desde donde yo estaba podía verle a través de un espejo, pero él no podía verme a mí así que decidí quedarme a la espera y ver que sucedía; no podía abalanzarme sobre alguien solo porque una voz desconocida me lo ordenara.
Un par de eternos minutos más tarde, el propietario del bar asomó detrás de la barra. Seguía siendo el mismo después de tantos años.
Y entonces vi como el otro se levantaba y avanzaba hacia él llevándose una mano bajo la gabardina: era el momento de actuar.
Al moverme, el barman reparó en mi presencia y el presunto asesino le siguió la mirada. Estaba a unos cuatro metros de ellos cuando sacó el revólver y me miró a los ojos con frialdad. Salté sobre una mesa cercana y desde allí me lancé sobre el tipo al mismo tiempo que él levantaba el arma. Lo tenía a escasos centímetros en el momento en que abrió fuego sobre mí.

Lo siguiente que recuerdo es despertarme en una cama, en el Hospital de la Vall d’Hebrón. Mi padre dormía en una silla junto a mí y mi madre en un sofá junto a la ventana. Fuera estaba oscuro.
“¡Mierda, estoy en un puto hospital! ¿Y ahora qué?”, fue lo primero que pensé. “¡Me descubrirán!”
Luego recordé mis últimos segundos antes de perder la consciencia y me incorporé lentamente, con miedo, e intentando no hacer ruido. No sentía ningún dolor, solo la molesta vía intravenosa que me habían enchufado en la muñeca para suministrarme el suero. Aparté la sábana y vi los vendajes que me cubrían el estómago, allí donde había recibido los disparos. Toqué un poco por encima y al comprobar que seguía sin dolerme me arriesgué a arrancarme las vendas y apósitos.
—¿Qué haces? —preguntó mi padre de repente, a mi lado. Me volví hacia él y le hice una señal para que no gritara. Él se levantó y se acercó a mí. Parecía que aún no había salido del todo del sueño.
—¿Pero qué...? ¿Cómo...? —empezó a preguntar, bajando el tono de voz sin dejar de mirar el montón de vendas que había ido apilando al lado de la cama. Entonces le señalé el lugar donde me habían herido.
—Hay algo que tengo que contaros a mamá y a ti —dije mientras él se inclinaba sobre mi estómago. Luego me miró a los ojos sin saber que decir —, pero no aquí. Tenéis que sacarme de este lugar.
—El médico ha dicho que tienes que estar...
—Ya estoy curado —le interrumpí, y me bajé de la cama de un salto. Me observó incrédulo mientras yo me quitaba la vía —. ¡Papá, despierta! —susurré intentando hacerle reaccionar — ¿Dónde están mis cosas?
—¿Qué pasa aquí? —dijo mi madre, acercándose a nosotros.
—Está bien, cariño. No me preguntes cómo, pero...
—Tenemos que irnos si no queréis que a vuestro hijo lo conviertan en una rata de laboratorio —les interrumpí. Me estaba empezando a poner nervioso —. Joder, ya hablaremos en casa. ¿Dónde coño están mis cosas?
—¡Daniel, habla bien! —me regañó mi madre, y para mi sorpresa corrió hacia un armario y sacó algo de ropa para mí. Luego miró el reloj y dijo:
—Si tenemos que irnos, será mejor que espabilemos. ¡En menos de media hora vienen a hacerte otra revisión!

Nuestra salida del hospital fue quizás demasiado fácil, aunque a esas horas de la madrugada lo raro hubiera sido que alguien reparara en nosotros.
De camino a casa de mis padres les conté por encima —saltándome algunas partes que sabía no iban a comprender ni tolerar— lo que me había pasado durante el último mes, y a pesar de que se mostraron reticentes al principio acabaron creyéndome y brindándome todo el apoyo que pudiera necesitar.
Luego me contaron que el propietario del bar había sido el que había llamado a la ambulancia y a la policía, y que incluso había estado junto a mí en el hospital durante toda la tarde.
El criminal había escapado, pero al menos había salvado una vida.

Escribo esto desde el ordenador de mi madre, pues a pesar de encontrarme bien ha insistido en que estarían más tranquilos si me quedaba con ellos como mínimo hasta mañana. Tampoco me cuesta nada ceder por una vez.
No sé cómo han quedado las cosas en el hospital. Sólo sé que mi padre ha hablado con ellos varias veces, y que esta noche vendrá el médico de la familia a verme. No tengo ni idea de cómo se desarrollarán las cosas a partir de ahora.
Lo que sí sé es que tengo un hambre atroz.
¡Y que soy resistente a las balas!

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Arawna

Viernes 20 de abril de 2007, 13:47’
El abrazo de una madre

Me encuentro mucho mejor. Descansado y como si me hubieran quitado un enorme peso de encima. Ya no soy prisionero de mis secretos. Todas las personas que realmente me importan saben lo de mis poderes.
Y ahora, hablando de personas que me importan, ayer tarde recibí llamadas de Rafa y de Sara, estaban preocupados. A Sara tenía que haberla llamado anteayer, y a causa de las dos balas que me habían metido en el estómago evidentemente no pude hacerlo, y con Rafa teníamos que vernos ayer por la tarde en el Menta Negra pero se me pasó. Total que me llamaron el uno detrás del otro y les expliqué muy por encima lo que había pasado. Hemos quedado hoy para cenar juntos los tres, así de paso se conocen. No puedo seguir avanzando en una relación sin el visto bueno de mi mejor amigo, nunca he podido. Aunque sé que siempre lo dará. Confía tanto en mi buen criterio como yo en él.
Por cierto, le he prohibido que traiga a Xavier.

Algo después de las llamadas llegó el Doctor Vilamajor, el médico que ha estado siempre ahí cuando alguien de la familia lo ha necesitado. Es un hombre mayor, que creo debería estar ya jubilado, pero es bueno en su trabajo y mis padres tienen una confianza ciega en él. Siempre me recuerdan que mi tía “sigue viva gracias a su intuición y experiencia”. Es casi uno más de la familia, en definitiva.
Por lo que no tuve reparos en contarle cómo había acabado con dos balas en mi estómago (obviando que ahora me dedico a hacer de superhéroe amateur), y de paso, ya que estábamos, aproveché para hablarle de las constantes y aparatosas hemorragias nasales, las migrañas, y del zumbido que desde hacía unos días me taladraba el cerebro. Evidentemente no hablé de la voz, a pesar de que estoy convencido de que tiene alguna relación con esto último.
Me observó mientras le hablaba. Por su expresión supe que él era consciente de que no se lo estaba contando todo, pero cuando terminé mi exposición no preguntó. Se limitó a pedirme que me quitara la camiseta y me auscultó en silencio. Luego siguió con una revisión de rutina general, y al terminar dijo:
—Me parece que no se puede estar más sano Daniel, pero más valdrá que vayas a ver a un neurólogo lo antes posible, no querría estar equivocado. Y respecto a tu rápida recuperación tras ser herido por un arma de fuego, carece de explicación lógica —en ese punto se calló y empezó a recoger sus herramientas. Mis padres y yo guardamos silencio y nos miramos, incómodos. Al finalizar me miró, y luego a mis padres —. Para discernir con claridad cómo ha pasado habría que someter a Daniel a múltiples pruebas, la mayoría incómodas y dolorosas —vi el miedo cruzar el rostro de mis padres tras escuchar las palabras del Doctor —. Pero no os preocupéis —añadió, dotando a su arrugado rostro de una sonrisa amable —, conocí a este hombre que ahora tengo delante cuando no era más que un bebé, luchamos juntos contra una doble neumonía y vencimos. No voy a dejar que ahora nadie le haga daño, y mucho menos mis colegas. Yo arreglaré este asunto, no os preocupéis.
Les dio la mano a mis padres y luego a mí. Luego salió por la puerta sin añadir nada más y los tres suspiramos aliviados en el momento en que mi padre la cerró tras él.
Luego mi madre se acercó y me dio un abrazo como no me daba desde hacía muchos años. Ya no recordaba cómo era el abrazo sincero de una madre preocupada.

Ahora bajaré a Barcelona, ya he dejado el trabajo aparcado demasiado tiempo y los clientes empiezan a ponerse nerviosos.

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Arawna

Sábado 21 de abril de 2007, 21:43’
Preguntas sin respuesta

Estoy agotado. Si sigo a este ritmo me va a dar algo.

Ayer, en el tren, cuando estaba llegando a Barcelona, me asaltó de nuevo el zumbido de las narices, aunque por suerte duró sólo unos segundos antes de que la misteriosa voz hiciera acto de presencia en mi cabeza, confirmando mi teoría sobre una relación entre lo uno y lo otro.
“Daniel, he estado preocupada por ti. Temía haberte perdido, pero gracias a Dios estás aquí”, dijo, y a pesar de que el tono era muy regular, casi robótico, pude notar una mezcla en su tono de preocupación y apremio. Observé a mi alrededor, el vagón estaba lleno de gente. Si me ponía a hablar solo ahí en medio me tomarían por loco.
“No hace falta que hables, Daniel, limítate a pensar lo que quieras decirme.”
Me sentí imbécil cuando terminó la frase. ¿Cómo no había caído en que me leía la mente? Era evidente. Así era como había dado conmigo, pensé, pero seguía teniendo mis dudas.
“El zumbido que sientes es un efecto secundario de mi poder. Actúa sobre la gente a la que escaneo. Siento que te haya causado molestias pero, ahora que estamos conectados, éstas irán remitiendo paulatinamente hasta que llegue un momento en que no notarás absolutamente nada.”
Aquello me tranquilizó un poco. Al menos ya conocía el porqué de una de las cosas raras que me sucedían últimamente y, además, al parecer se solucionaría por sí misma.
“¿Cómo supiste a quién escanear? ¿Cómo diste conmigo entre los centenares de miles de personas que se mueven cada día por Barcelona? ¿Hay más gente como nosotros? ¿Conoces a...?”
“La Voz” —así he decidido llamarla desde este momento— cortó mi avalancha de pensamientos:
“No tenemos tiempo ahora, Daniel. No podré mantener el contacto mucho más y tienes algo pendiente que hacer. Te prometo que responderé a todas tus preguntas pronto.”

Mientras me bajaba en la estación del Clot, siguiendo sus indicaciones, “La Voz” me contó que la policía aún no había dado con el tipo que me había disparado, pero que me llevaría hasta él para que terminara el trabajo que había dejado inconcluso. Insistió en que no había tiempo que perder, que era muy importante poner a ese hombre en la cárcel. No me dijo el porqué, aunque después de recibir dos disparos de su arma me importaba un pimiento. Lo metería entre rejas, pero antes le iba a dar un pequeño escarmiento. Ya no me daba miedo.
Antes de desaparecer, “La Voz” me hizo anotar una dirección cercana a la estación. Se suponía que el tipo iba a estar en ella al menos por una hora más. “La Voz” se desvaneció antes de que pudiera plantearme cómo sabía lo que iba a suceder, así que me quedé con otra pregunta sin respuesta. Una más que añadir a la cada vez más larga lista.

Llegué al edificio que la voz había recreado en mi mente unos minutos atrás. Era viejo y parecía abandonado. Tenía toda la pinta de ser un piso okupa; había varias pintadas a lo largo del muro, a ambos lados de la entrada.
Avancé hacia la puerta de madera y la empujé ligeramente procurando no hacer ruido. Estaba abierta, y una escalera empinada, estrecha y oscura, subía flanqueada por unas paredes amarillentas llenas de manchas de humedad. El lugar olía a rancio.
Subí en silencio, esquivando algunas botellas vacías y cualquier otro desperdicio que pudiera advertir de mi presencia y llegué al primer rellano, de donde partía un largo pasillo que se adentraba en la oscuridad. La escalera moría allí; al parecer alguien había echado abajo las que subían a los pisos superiores, quizás para evitar visitas inesperadas. Los cascotes se apilaban en el rellano, entre montones de basura que olía a rayos. Aguantando la respiración, opté por inspeccionar el pasillo antes de buscar una forma alternativa de seguir subiendo. Con suerte el tipo estaría detrás de alguna de las seis puertas que se perfilaban entre las paredes en sombras.
Tras las primeras dos puertas encontré dos apartamentos —si es que se les podía llamar así— de dimensiones ridículas. En el suelo de uno de ellos había montones de bolsas de basura llenas, que apestaban como una manada de animales en estado de putrefacción, y en el otro había tres colchones, manchados y agujereados, apoyados contra una pared. La única ventana que daba a la calle y por la que se filtraba algo de luz estaba cubierta con una sábana sucia. Vi una mochila vieja en un rincón que parecía llena, pero preferí no tocar nada. Si el tipo estaba en el edificio, como había asegurado la voz, tenía que estar en otro lado, así que volví al pasillo y avancé hacia las siguientes dos puertas.
Tuve suerte y encontré lo que buscaba al abrir la primera de ellas, la de la derecha, aunque lo que vi no era lo esperado. El apartamento estaba algo más limpio que los dos que ya había visitado y la luz del día entraba por la ventana abierta, iluminando la escena. Había algunos muebles, viejos pegados a las paredes, y bajo la ventana, tumbado en un sofá desvencijado, estaba el tipo que había intentado matarme. Su gabardina estaba en el suelo, a sus pies.
No hizo ningún movimiento cuando entré, ni pareció darse cuenta de mi presencia. Parecía dormido.
Me acerqué muy lentamente. No sentía miedo, pero la idea de que me volviera a disparar no me tentaba en absoluto. No quería volver al hospital; quizás la próxima vez no pudiera salir tan fácilmente.
Al acercarme vi la goma atada por encima del codo y la aguja colgando. Sus ojos me miraron sin verme; el muy idiota estaba en pleno viaje. Me agaché y registré la gabardina. Encontré el arma con que me había disparado unos días atrás, un par de bolsas bastante grandes llenas de un polvo blanco —heroína o cocaína, supuse— y una cartera con la documentación y algo de dinero. Llevaba documentos de identidad de varios países y con distintos nombres.
Lo dejé todo donde estaba y observé al hombre pensando en qué hacer con él. Finalmente, viendo que el cabrón tenía viaje para rato, volví al apartamento donde estaban los colchones y arranqué un trozo de sábana con el que luego lo até. El hijoputa no estaba en condiciones de recibir ningún tipo de lección, así que me conformé con llamar al 091 y largarme de allí. Con todo lo que llevaba encima lo iban a empapelar, así que, de una forma u otra, había cumplido con mi misión. “Ya aprenderá en la cárcel”, pensé al salir a la calle. Aspiré aire fresco y me sentí bien. Muy bien.

Luego me pasé por la oficina y avancé tanto trabajo como pude hasta que llegó la hora de ir a buscar a Sara y a Rafa. Nos encontramos frente al Zurich y bajamos tranquilamente por Las Ramblas hasta llegar al Paseo Colón. Allí nos metimos en un japonés que conozco desde hace algún tiempo, donde se come muy bien aunque no te gusten el pescado crudo ni las algas, como es mi caso.
Los dos congeniaron rápidamente, y pronto se aliaron contra mí después de contarles con todo detalle lo sucedido estos días atrás. La próxima vez, antes de quedar inconsciente les mandaré un mensaje al móvil informándoles de la situación, no te jode…

Lo que sucedió el resto de la noche, después de que Rafa nos dejara tras tomar unas copas, prefiero guardarlo en mi cabeza. Hay cosas que no se sienten o recuerdan igual cuando las escribes o lees: pierden el encanto. Sólo diré que he dormido más bien poco, por no decir nada, y que al levantarme estaba hecho un trapo. Aún y así, he ido al despacho a trabajar en el diseño de una revista hasta primera hora de la tarde, para que no se diga.
Después de comer me he echado una siesta que me ha dejado aún peor. Me hago mayor, joder.

Y encima, ahora tengo que volver a bajar a Barcelona. “La Voz” ha conectado conmigo hace un rato y me ha dicho que tengo que conocer a alguien dentro de dos horas, en el centro de Plaza Catalunya.
¿Quién será? En fin, más preguntas sin respuesta. Espero que la cosa cambie pronto, porque empiezo a estar hasta los cojones de tanto misterio.

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Arawna

Hoy os dejo dos capítulos, para compensar el retraso en el posteo de estos días. Mil perdones :)

Domingo 22 de abril de 2007, 23:48h
Juan Blanco

Vino a mí en Plaza Catalunya, como había dicho la voz que haría. Apareció cuando el reloj marcó la medianoche.
Apenas dos minutos antes habían cruzado la plaza un grupo de chavales, pero en ese momento la plaza estaba totalmente desierta, cosa extraña siendo sábado. Las farolas iluminaban el lugar por encima de los árboles.
De repente alguien posó una mano sobre mi hombro desde atrás y di un respingo. Me hallaba en el centro justo de la plaza, debía haberlo visto venir, o como mínimo, haberle oído.
Me volví preparándome para cualquier cosa y apretando los puños inconscientemente. En ese momento pensé en Perro Negro, pero no era él quién estaba frente a mí. Era un hombre mayor, de rostro arrugado, de una palidez mortal y pelo completamente blanco. Sus ojos azul hielo se posaron en los míos y tuve la impresión de que ya le conocía. Vestía un traje anticuado totalmente blanco que hacía juego con su larga cabellera, y en la mano izquierda sostenía un delgado bastón de metal.
—Hola Daniel, soy Juan Blanco —dijo rompiendo el tenso silencio con una voz suave, ligera, que inspiraba confianza —. He venido a ayudarte, a enseñarte. A mostrarte quién eres hoy y quién serás mañana. Soy tu guía a través del nuevo camino que se te presenta.
“Al fin respuestas”, recuerdo haber pensado en ese momento, a pesar de encontrar demasiado grandilocuente su discurso de presentación. Juan Blanco habló de nuevo, y por sus palabras supe que podía leer la mente como “La Voz”:
—No tengo todas las respuestas pero sí algunas, en efecto. El resto te serán reveladas a su debido tiempo. Ahora, si eres tan amable, haz el favor de seguirme. Éste no es lugar seguro —me agarró del brazo y cruzamos bajo los árboles hasta la parte exterior de la plaza. Cuando estuvimos junto a las escaleras que descendían hasta la acera se detuvo y alzó el bastón de metal frente a una de las gárgolas que reposan en la baranda de piedra, que se iluminó hasta cegarme.

La canción Hoy ya no estás aquí de Il Divo sonaba cuando recuperé la visión. Ya no estábamos al aire libre. Juan Blanco se hallaba a unos metros de mí, hojeando un libro junto a un viejo escritorio abarrotado de tomos de aspecto antiguo y lo que parecían varios pergaminos enrollados. Nos encontrábamos dentro de una vieja y enorme biblioteca, iluminada tenuemente por lámparas de un cristal amarillo que dotaban de calidez al lugar.
Juan Blanco alzó la mirada del libro y dijo:
—Poca gente sabe de la existencia de este lugar, y menos son los que han podido entrar.
Luego, extendiendo los brazos de un modo bastante teatral, añadió:
—Bienvenido a la Biblioteca Invisible, Daniel.

Lunes 23 de abril de 2007, 10:10h
La Biblioteca Invisible

—Aquí se reúne todo el conocimiento que existe sobre nuestra civilización —dijo Juan Blanco caminando a mi lado. Gigantescas estanterías nos flanqueaban, fundiéndose en las sombras que crecían a lo lejos y sobre nuestras cabezas. Aquella biblioteca parecía el sueño febril de un aficionado a la lectura con todo el tiempo del mundo —. Aunque, Daniel, aquí no encontrarás ningún libro de historia que puedas comprar en una librería, ni ninguna biografía autorizada de los grandes hombres y mujeres que se supone cambiaron o influyeron en el devenir de nuestra historia.
“Esta es la cuna del conocimiento de los eternos perdedores, de los pobres y de los perseguidos. De los incomprendidos tomados por locos. En resumen, Daniel, aquí está la historia inalterada, tal como realmente fue, cruda y sin aderezar.”
Asentí sin comprender qué tenía que ver aquello conmigo mientras mis ojos seguían ocupados leyendo los títulos de los lomos a medida que avanzábamos, buscando alguno que reconociera. ¿Cómo podía ser verdad lo que decía? ¿Cómo habían podido mantener aquello oculto tanto tiempo?
—Sé paciente, Daniel, pronto comprenderás —dicho esto se detuvo y sacó un voluminoso tomo de aspecto muy antiguo de un estante. Me lo mostró. El título estaba en latín, grabado en letras doradas casi ilegibles.
“Confesiones de Pedro —tradujo Juan Blanco para mí. Nunca había oído hablar de él, así que me limité a encogerme de hombros —. En este texto se basan tanto El Nuevo Testamento como la actual Biblia, aunque casi todo lo que hay aquí escrito fue eliminado y sustituido. Lo único que ha llegado hasta nuestros días es la Primera Epístola de San Pedro, la carta bíblica dirigida a “los desconocidos diseminados por el extranjero”, aunque con algunos cambios, como por ejemplo las palabras “vida santa”, inexistentes en el texto original.
“Pedro empezó a escribir sus andanzas junto a Jesucristo de Nazaret después de renegar de él, arrepentido y sintiéndose culpable por su cobardía. Gracias a él hoy sabemos que Jesús no era hijo de Dios, sino de un hombre común, como él mismo, un humilde carpintero hasta que un buen día despertó cambiado, dotado de unos poderes inexplicables. Como tú, Daniel, y como tantos otros a lo largo de la historia. Gente que intentó cambiar el curso de los acontecimientos, marcar la diferencia, y que fueron perseguidos, asesinados y olvidados. Según este texto, Jesucristo sería el primero de nosotros del que se tiene constancia escrita, aunque es de suponer que muchos de los nombres que conocemos y que atribuimos a dioses o guerreros legendarios fueran también hombres como él.”
Yo guardaba silencio, escuchando e intentando asimilar lo que me estaba contando. Nunca he sido una persona religiosa y me considero agnóstico desde que tengo uso de razón, pero cuando llevas unas semanas con poderes, alguien a quién nunca has visto te habla directamente al cerebro y te transportan de un lugar a otro en una milésima de segundo, empiezas a creer que todo es posible por inverosímil que parezca. Pero aquello era demasiado, sentí que el cerebro me iba a estallar. La realidad entera parecía estar quebrándose a mi alrededor. De repente me daba la sensación de que todo lo que conocía era mentira.
—Tómate tu tiempo, Daniel —dijo Juan Blanco, y su voz me tranquilizó un poco —. Tienes mucho en lo que pensar y sé que estás cansado. Vuelve a casa y relájate. Descansa mañana y piensa en lo que te he contado. Cuando estés preparado volveremos a vernos y empezaremos con tu entrenamiento.

Lo siguiente que recuerdo es despertarme en mi cama al día siguiente. El reloj-despertador marcaba las 17:03h. Al principio pensé que todo había sido un sueño muy real, pero al salir al comedor vi el libro sobre la mesa, junto a la carta de los juzgados que aún no había abierto.
Me tomé un vaso de leche con nesquik y me volví a la cama.

No me he despertado hasta esta mañana para ir a trabajar. Creo que nunca había dormido tanto.

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Arawna

Lunes 23 de abril de 2007, 21:20h
Cuestión de confianza

Después de un duro día de trabajo, justo al salir del edificio donde tengo la oficina el conocido zumbido ha vuelto a mi mente. Pero esta vez, tal como me había asegurado “La Voz”, la molestia ha sido menor. “Ya lo echaba de menos”, he pensado irónicamente.
Me he despedido de la portera, que entraba en ese momento, y he salido a la calle. Qué calor, joder. Cuando me disponía a quitarme la americana, “La voz” ha penetrado en mi cerebro con una advertencia:
“Siento una presencia anómala cerca. Viene hacia ti. Deberías...”
La conexión se ha cortado de repente, dejando tras de sí el eco agónico de “La voz” y un dolor de cabeza tan intenso que casi me tumba. Cuando el mal ha remitido he abierto los ojos lentamente, y no he necesitado más de dos segundos para saber a que se debía aquella “presencia anómala”.

Todo a mi alrededor estaba en blanco y negro, la gente de la calle estaba paralizada, convertida en estátuas de carne y hueso, y el Sol había perdido toda su fuerza; ya no necesitaba quitarme la americana.
—Ya puedes salir, Perro Negro —he dicho, buscándole con la vista entre la gente inmóvil. El sonido de una puerta de coche abriéndose ha precedido a su aparición. Ha descendido del taxi con la parsimonia que le caracteriza, y con su sonrisa profident. Esta vez Perro Negro vestía como un alto ejecutivo, con maletín incluido.
—¿Ya nos conocemos, eh? —ha bromeado subiéndose a la acera sin mover ni un músculo de la boca, manteniendo su eterna sonrisa de joker negro. En ese instante me he dado cuenta de que empezaba a perderle el miedo. No he contestado y he esperado a que se situara frente a mí. Entonces le he mirado fijamente a los ojos levantando la cabeza, desafiante.
—Te propongo un trato —ha dicho de repente, desviando la mirada hacia el maletín. Al bajar la mía lo ha levantado un poco, mostrándomelo y acariciándolo con la mano libre como quién muestra un valioso tesoro —. Si me prestas a tu novia durante tres días te daré el contenido de este maletín —.
Nuestros ojos se han vuelto a cruzar y recuerdo haber pensado en ese momento que algún día le destrozaría esa sonrisa suya tan odiosa; algún día no muy lejano.
—Es broma, amigo Daniel —ha susurrado acercándose a mi cara. No me ha gustado nada ese “amigo” salido de su sonrisa de sal —intentaba suavizar un poco las cosas entre nosotros. Jamás compraría el amor de una mujer.
—¿Qué coño quieres? —he preguntado, hasta los cojones ya de aguantar sus juegos.
—Venga, venga... Tranquilízate. Las cosas no son como crees. No soy tu enemigo. Ni yo ni ninguno de mis hermanos. A pesar de que te metiste donde no debías, al final recapacitamos y decidimos olvidar el agravio. No tuviste la culpa y lo sabemos. Sólo actuaste como consideraste oportuno en ese momento. Cualquiera puede equivocarse... ¿somos humanos, no, Daniel? —aquella pregunta olía a juego sucio, a las trampas de un fullero, a secretos sin pronunciar. Y a la vez olía a esperanza, a un nuevo día, a una vida mejor.
—Qué es lo que quieres de mí? —he insistido. La presencia de Perro Negro, sumada al intenso frío que azotaba todo a su alrededor, me hacía perder la paciencia a la vez que me destrozaba los nervios; no es nada agradable hablar de gilipolleces a varios grados bajo cero con un negro de más de dos metros que además no mueve los labios al hablar. No es una experiencia que le desee a nadie, la verdad.
—Bien, vayamos al grano pues, si es lo que quieres —diciendo esto se ha agachado de nuevo hacia mí y ha empezado a hablar en susurros frente a mi rostro —. Sé que has estado con el viejo. Seguramente te habrá hablado de Jesucristo, de Pedro, y de sandeces como las penurias que habían sufrido los desheredados de la Tierra. Me apuesto lo que hay en el maletín a que ya te ha mostrado su biblioteca, ¿me equivoco?
Nuestras miradas se han cruzado en silencio, y luego ha continuado, bajando aún más el tono de voz:
—He venido a darte un consejo, Daniel, y espero que luego no me vengas llorando, pidiéndome ayuda o perdón por no haberme creído.
“Ese viejo te instruirá y te ayudará a comprender aquello en lo que te estás convirtiendo, te mostrará maravillas que nunca has creído posibles. Te aconsejará en los momentos malos y te prestará su fuerza cuando desfallezcas. Con el tiempo se convertirá en un segundo padre para ti... Y en el momento en que no exista ni una grieta, ni una sombra que amenace tu confianza en él, te clavará una daga oscura y ponzoñosa en el corazón y te abandonará en el rincón más sucio de la ciudad.”

Me he quedado ahí quieto, soltando volutas blancas de aire condensado cada vez que espiraba. Escasos centímetros separaban nuestros rostros. Sus ojos, de un tono verde amarillento muy claro me observaban con curiosidad, como si se preguntaran qué haría yo a continuación.
Y de repente ha desaparecido.
Dos minutos más tarde, en los que no me he movido del lugar tratando de analizar aquel encuentro, me he quitado la americana y me he dirigido a la estación. Volvía a hacer calor.

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Arawna

Martes 24 de abril de 2007, 10:51h
Puto Chaikovski

Esta noche he tenido un sueño de esos que te dejan hecho mierda.

Avanzaba junto a alguien por unas catacumbas lóbregas, húmedas, iluminando nuestros pasos con una antorcha. Las sombras temblaban, y avanzaban y retrocedían a nuestro alrededor, como animales que no parecían decidirse entre el miedo y la curiosidad.
Ecos de una radio mal sintonizada llegaron de repente a nuestros oídos desde distintas galerías, arrastrando hasta nosotros los compases de El Cascanueces, apagando nuestros gritos y los de la persona que esperaba ser rescatada. Sabíamos que gritaba desde un lugar cercano, pero el estruendo provocado por la suite de Chaikovski nos impedía localizarla.
Una sensación de pérdida siguió a la de impotencia, y entonces el que me acompañaba se volvió hacia mí con lágrimas en los ojos. Reconocí a Juan Blanco cuando dijo en un murmullo:
—La hemos perdido, Daniel. Hemos llegado tarde.
Repentinamente los túneles estaban totalmente inundados y me encontré flotando en medio de la gran masa de agua helada, aguantando la respiración. Intenté moverme, buscar una salida a ciegas, impulsándome en el agua con torpeza al ritmo de la música, que debajo del agua sonaba más fuerte. Vi luz a lo lejos y buceé hacia ella, y al acercarme los vi.
Primero vi a Sara, luego a Rafa y a Xavier, y después a mis padres. Finalmente flotó junto a mí un hombre de uniforme. Todos flotaban en el fondo, rígidos, muertos, y se mecían suavemente mientras me miraban con aquellos ojos sin vida, acusándome.
Abrí la boca para gritarles que yo no tenía la culpa, pero una tromba de agua bajando por mi garganta me lo impidió, ahogándome.

Súbitamente he despertado, cubierto de sudor y respirando con dificultad. Algo líquido, pegajoso y oscuro manchaba mis manos, mi rostro y las sábanas. Otra maldita hemorragia, he deducido segundos después, al recobrar la consciencia de donde estaba. He vuelto a dormirme sin hacer ni el intento de ir a lavarme.

Al despertar esta mañana casi me muero del asco.

hda

Que me olvidaba de comentar.

Ya me he terminado tu libro, me ha gustado mucho, en mi blog le he dado una nota de 7.

La verdad es que es un final tan interesante como desconcertante. Deja a uno con ganas de más :)

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Arawna

Vaya, muchas gracias hda :)

¿Dónde puedo leer los comentarios que has hecho en tu blog? Es que no lo he encontrado... :P

Arawna

Miércoles 25 de abril de 2007, 10:10h
Reunión

Ayer quedé con Sara, Rafa y Xavier, para hablar de mis encuentros con Juan Blanco y Perro Negro. Sara me pasó a buscar por el trabajo y nos volvimos juntos desde Barcelona. Habíamos quedado con mis amigos en el Menta Negra, cómo no.
Lo de quedar con ellos e involucrarlos todavía más no sé hasta que punto será buena idea. La pesadilla de hace dos noches aún sigue fresca en mi memoria, y tiene toda la pinta de ser una especie de sueño premonitorio o una advertencia, aunque también pudo ser algo más sencillo: la manifestación subconsciente de mis miedos más profundos. El Dr. Freud tendría algo que añadir a eso, y casi con seguridad sería algo relacionado con algún tipo de abuso que debí padecer en mi infancia.
El caso es que la teoría de la premonición no se sostiene. Mis poderes son de otro tipo, así que decidí aparcarla.
Pero no podía guardarme todo aquello para mí, era demasiado grande. Además, ahora más que nunca necesito segundas, terceras, e incluso cuartas opiniones. Necesito ver la escena desde todos los ángulos posibles.
—Pues vaya lío —dijo Xavier cuando terminé de relatarles lo sucedido estos últimos días. Sólo había dado dos sorbos a su zumo desde que había empezado la reunión, una hora antes.
—Es una decisión importante la que tienes entre manos —añadió Rafa, luchando por arrancar la etiqueta de su botella de cerveza.
—Por eso os he reunido a todos hoy. No tengo ni puta idea de qué hacer. Cualquiera de los dos podría estar mintiendo.
—O los dos a la vez —murmuró Sara. Levanté la vista hacia ella frunciendo el ceño. No había contemplado aquella posibilidad.
—¿Y si te lo montas por tu cuenta? Yo creo que pasaría de los dos... Puede que tardes más en dominar tus poderes, pero eres un tío inteligente. No necesitas a un Morfeo.
Las palabras de Xavier habían dado en el clavo. Juan Blanco se me había aparecido en el momento adecuado, representando fielmente el papel de tutor. ¿Pero aquello dónde deja a Perro Negro? ¿Cuál es su papel? Lo único que tengo claro es que se conocen entre ellos, y que no son amigos precisamente.

Rafa habló de nuevo:
—Suponiendo que Perro Negro diga la verdad y que el viejo solo quiera utilizarte como a un simple peón, ¿por qué no sacar provecho de ello?
Los tres le miramos en silencio, esperando a que continuara exponiendo su idea. Él, sabiendo que había captado nuestra total atención, se lo tomó con calma. Dio un par de tragos a su Voll, se aclaró la garganta, y continuó allí donde lo había dejado:
—Es bien sencillo. Reúnete con él y aprende todo lo que puedas, a la vez que nos mantienes informados de todo. Alguno de nosotros se dará cuenta si algo cambia, si las cosas empiezan a torcerse o a oler mal. Cuando llegue ese momento te diremos: “hasta aquí, Daniel”, y tú deberás hacernos caso —mi mejor amigo miró a Sara y a Xavier, y ellos asintieron. Luego los tres pares de ojos me miraron a mí con convencimiento —. Te pararemos a botellazos si hace falta —bromeó Rafa, intentando suavizar algo la situación —, pero no cruzarás esa línea invisible que puede llegar a convertirte en el Darth Vader del siglo XXI, eso tenlo por seguro.
Nos relajamos totalmente tras esa última frase, riéndonos con ganas, y Xavier pudo al fin darle un tercer trago a su zumo antes de levantarse y desaparecer en dirección a los lavabos.
—Una última cosa —dijo Rafa un minuto después —. No le hables al viejo de Perro Negro. No la cagues con eso. Pase lo que pase, no le hables de él.
—Creo que puede leerme la mente, tío.
—Entonces no pienses en él mientras estés en su presencia.
—Piensa en mí, bobo, y en aquello que tanto te gusta que te haga... —añadió Sara, sonriendo picaronamente. Rafa y yo nos miramos, rojos los dos como tomates. Nos habíamos quedado sin palabras.
—¡Hablaba de los pastelitos de chocolate, guarros! —replicó ella, tratando de mantener la compostura, aunque no pudo contener una carcajada final.
Nos dio un ataque de risa que duró hasta que Xavier volvió del baño y se quedó mirándonos sin entender nada. Luego, sin venir a cuento, añadió:
—¿Sabéis que eso de que Jesucristo fue el primer superhéroe de la historia ya lo había pensado yo hace años?
Las risas se convirtieron en carcajadas estentóreas, los estómagos empezaron a dolernos y las lágrimas caían imparables por nuestras mejillas. Xavier empezó a reirse también, supongo que por pura inercia.

10 días después
Arawna

No sé si aún hay gente que lo sigue por el foro, pero por si acaso allá vamos con una nueva entrada :)

Miércoles 25 de abril de 2007, 20:17h
Su nombre

Esta tarde, serían las cinco y poco cuando he sentido de nuevo el zumbido delator que precede a la conexión mental con “La Voz”, pero esta vez apenas me ha molestado; ha llegado más débil que nunca y posiblemente habría pasado desapercibido si no conociera tan bien la sensación.
Me ha alegrado sentir de nuevo su presencia en mi mente, ya que significaba que seguía ahí, fuera donde fuera “ahí”; desde el lunes, cuando la aparición de Perro Negro, no había sabido nada de ella, y me preocupaba que los poderes del gigante de ébano la hubieran dañado o le hubieran afectado de alguna forma.
“Gracias por preocuparte, Daniel”, ha dicho, sin rastro alguno de emoción en el tono, como de costumbre. “Eres un buen chico.”
“Hola...”, he empezado a formular un saludo, y entonces ha sido cuando he caído en la cuenta de que no sabía su nombre —si es que lo tenía— y que llamarla directamente “La Voz” no quedaría demasiado bien.
“¿De veras quieres saber como me llamo?”, ha preguntado ella. Parecía que le extrañara mi interés.
“Ya que hablamos a menudo, creo que sería lo suyo, ¿no?”, he pensado, a modo de respuesta.
Entonces ha guardado “silencio” durante un par de minutos. Casi he podido sentir sus dudas como si fueran mías. Quizás no quería decirme su nombre. Quizás era la forma de mantenerse a salvo. Si ella lo consideraba necesario, podía pasar sin saber su nombre verdadero, con que me dijera como llamarla en lugar del mote que le había puesto...
“Vale, te diré mi nombre..., tan solo es que hace mucho que no se lo digo a nadie. No llego a conocer a demasiadas personas aquí, ¿sabes? Sí, puedo leer por encima lo que piensan, muy vagamente la mayoría de las veces, ver a través de sus ojos en ínfimas ocasiones, e incluso comunicarme con algunos, como contigo, pero son muy pocos los que están predispuestos a ello.

Es extraño. Ahora, después de leer lo que acabo de escribir, me doy cuenta de que hasta hoy pensaba en ella como en algo parecido a una máquina, supongo que por esa falta de expresión y emoción que se percibe en su tono cuando “habla”. Hasta hoy había sido solo una voz que contactaba conmigo para darme instrucciones, como un ordenador, más o menos.

Finalmente, después de otra pausa, me ha dicho como se llamaba. Tengo que confesar que no me esperaba un nombre como ese.

“Me llamo Carmen.”

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Amazon

Te echaba de menos :(

heyjoe

Claro que hay gente que lo seguimos por el foro (hablo por mí pero seguro que no soy la única). Ultimamente no tengo tiempo para leer nada, y leerme uno o dos capítulos tuyos al día aunque sea poco, es menos que nada. Me descargué el libro completo hace tiempo pero si sigues dosificando los capítulos por aquí sería un detalle ;)

Arawna

Antes de continuar deciros que si os pasáis por mi blog veréis que en la última entrada anuncio un concurso de microrrelatos sobre superhéroes que ayer anunciaron en un programa de radio sobre literatura. La idea les surgió tras leer mi novela, y al ganador le regalarán un ejemplar de la misma. Desde mi blog podréis acceder a la web del programa donde están las bases. ¡Tenéis hasta el 15 de enero! :)

Y ahora sí, seguimos:

Jueves 26 de abril de 2007, 10:05h
Ordenando las ideas (I)

Hoy veré a Juan Blanco. Carmen me dijo ayer que ya se encargaba de arreglar el encuentro.

No sé donde me estoy metiendo. Hasta hace escasamente un mes yo era un tío como cualquier otro, un currante más atrapado en los engranajes de una rutina autoimpuesta. Y ahora voy camino de convertirme en una especie de superhéroe. Joder, suena a chiste.

Cuando todo empezó creí erróneamente que era el primer humano con poderes, pero he podido comprobar estas últimas semanas que no soy tan especial. Hay como mínimo tres personas más, que yo conozca: Juan Blanco, Carmen y Perro Negro. Y por lo que me han dicho unos y otros, puedo deducir que hay muchos más.
Lo que me lleva a plantearme qué hacen estas personas, a qué se dedican, por qué no se sabe nada de ellas. Unos cuantos como nosotros podrían marcar la diferencia con facilidad, e incluso hacerla evidente para el resto de la humanidad. ¿Por qué permanecer en las sombras? ¿Por qué no unirse y arreglar todo aquello que no funciona?
Espero que el encuentro de hoy dé respuesta a algunas de mis dudas.
Por cierto, Carmen me dio a entender antes de cortar la conexión, que si me porto bien le dirá a Juan Blanco que me lleve a conocerla.

Viernes 27 de abril de 2007, 10:20h
Una noche de cine

Nos encontramos a las 21.30h frente a la estación de metro de Fontana, en el barrio de Gracia, como me había indicado Carmen.
Juan Blanco hizo una aparición similar a la de la primera vez, como salido de la chistera de un mago. En ese momento me imaginé a toda la gente cercana dejándolo todo de lado para aplaudirnos frenéticamente, y a nosotros dos bajo la deslumbrante luz de los focos.
—Hola, Daniel —saludó Juan Blanco, sonriendo. Me había leído la mente, lo que me hizo enrojecer un poco y sentirme bastante idiota —. Sígueme, va a empezar la película.
Creí haberle entendido mal, pero no dije nada y le seguí en silencio. Unos minutos después, mientras andábamos por una de las estrechas callejuelas que cruzan el barrio de lado a lado, volvió a hablar:
—Es una de las primeras cosas que te enseñaré —no entendí a qué se refería y se dio cuenta, por lo que siguió hablando —. Me refiero a detectar a uno de nosotros antes de que llegue junto a ti. Puede serte muy útil, y salvarte la vida en más de una ocasión.
Asentí en silencio, no me sentía cómodo. Intentaba no pensar, concentrarme sólo en lo que él decía y a la vez dejar a un lado las dudas. El plan de Rafa parecía muy sencillo rodeado de amigos y con dos cervezas de más, pero allí, junto a aquel hombre extraño, no lo fue en absoluto.
—¿Qué te preocupa? —preguntó. “Putos telépatas”, pensé antes de poder pararlo. “Mierda. Mierda, mierda”.
Juan Blanco me miró divertido. Luego dijo, sin dejar de sonreír:
—Si quieres, puedo dejar de leerte. Lo hago para conocerte más rápido y poder sacar lo mejor de ti, pero si lo prefieres podemos volver al método tradicional. Yo aprendí con él.
No me esperaba aquella reacción. Dudé unos segundos antes de asentir.
—Te lo agradecería de veras —dije, a la vez que un sentimiento de culpabilidad me invadía —. No estoy acostumbrado a todo esto, y me resulta bastante... perturbador. Creo que puedo aprender mejor, al menos al principio, si me siento más relajado.
—Qué razón tienes, Daniel. A veces olvido mis primeros días, mi propio aprendizaje. Todo dudas y desconfianza. Y miedo, mucho miedo. Tú al menos no tienes miedo, tienes mucho ganado.
Seguimos andando en silencio, los dos inmersos cada uno en sus pensamientos, esta vez en privado. Cruzamos un par de travesías y finalmente torcimos por una calle peatonal a la izquierda.
—Hemos llegado —dijo, deteniéndose frente a los cines Verdi.
Así que no le había entendido mal. Íbamos a ver una película. Aquello me sobrepasaba; no era lo que esperaba en mi primer día. Ir al cine a ver una película soporífera de un director de nombre impronunciable no era la idea que tenía del entrenamiento para superhéroe. Quizás era una prueba. Quizás Juan Blanco, mi maestro, quería medir mi fuerza de voluntad, pensé irónicamente.
Se adelantó hasta la taquilla, sacó dos entradas y nos metimos en el cine. En ningún momento me dijo qué íbamos a ver ni yo pregunté.

Arawna

Martes 1 de mayo de 2007, 14:30h
Primera fase

Aquellos hombres tenían cuernos y en lugar de hablar balaban. Corrían por calles estrechas, empinadas, flanqueadas por altos edificios grises, y al encontrarse cruzaban aquellos enormes cuernos de carnero en combate singular.

Así comencé el aprendizaje hace ya unos días, cuya primera fase ha terminado hoy. Estoy agotado, tanto que no puedo dormir, y eso que desde el pasado viernes no he dormido ni un minuto, así que escribiré hasta caer rendido.

Lo primero que he hecho hoy al llegar a casa ha sido llamar a Sara, y luego a Rafa. No han sabido nada de mí desde el viernes, cuando les advertí de que podía estar varios días sin dar señales de vida. Juan Blanco había sido muy vago en sus predicciones, por lo que en el momento de hablar con ellos no tenía ni idea del tiempo que me iba a llevar aprender todo lo que tenía que enseñarme. Me había dejado muy claro que dependía de mí.
Mañana cenaré con Sara, y el jueves he quedado con Rafa, que llamará a Xavier y nos veremos en el Menta Negra, para variar. Es lo que tiene vivir en un pueblo de mierda con un solo bar decente.

Al salir del cine caminamos hasta el metro sin decir una sola palabra. Yo intentaba asimilar lo que había visto. Entender aquella rareza y además captar la relación que podía tener conmigo, con Juan Blanco y con el entrenamiento que supuestamente había empezado ya. No me atreví a preguntar al despedirnos, y él tampoco dijo nada, se limitó a sonreír. Cuando crucé la barrera de entrada al metro y me volví para verle él ya no estaba, como había esperado.
Aquella noche soñé con cabras con cabeza de hombre que hablaban en lugar de balar y trabajaban en una enorme oficina que no parecía tener fin. Fue un sueño bastante inquietante, que además no me ayudó a comprender una mierda.

El viernes al salir del trabajo, Carmen contactó conmigo para indicarme el lugar de mi próximo encuentro con Juan Blanco. El viejo me esperaba frente al Museo de Ciencias Naturales, en el Parque de la Ciudadela, a las diez de la noche.
Tuve el tiempo justo de ir a casa, darme una ducha rápida, cambiarme, llamar a Sara para decirle que tenía ganas de verla, y volver a Barcelona.
Me bajé en Arco de Triunfo y caminé por el paseo hasta la entrada del parque. Entonces, frente a las enormes puertas de hierro negro que me impedían el paso, recordé que lo cierran a las nueve, por lo que tuve que saltar la valla que lo rodea después de asegurarme de que no había nadie cerca. “Empieza bien la noche”, pensé.

Llegué a la entrada del museo dos o tres minutos después, y allí estaba él, esperándome. Por primera vez había prescindido de usar sus trucos de “magia”, lo que contribuyó a enfatizar aquella sensación que había crecido en mi interior a lo largo del día de que aquella noche empezábamos realmente con mi entrenamiento. Sin mediar palabra hizo un gesto para que le siguiera y acercándose a las puertas del museo sacó de su nívea chaqueta un manojo de llaves, y escogiendo una de ellas al azar —ese fue el efecto que me dio— nos abrió paso al interior.
—Hace unos años trabajé aquí —fue la respuesta a mi pregunta no formulada —. Y tranquilo, no te he leído la mente, simplemente he observado la expresión de tu rostro —añadió. Su sonrisa paternalista y a la vez misteriosa, y sus deducciones siempre acertadas, empezaban a molestarme.
Nos adentramos escaleras abajo en el edificio, prácticamente a oscuras. Mientras descendía tenía la sensación de que desde la oscuridad nos observaban enormes esqueletos de dinosaurios, rarezas genéticas conservadas en sus botes de formol y animales disecados, todos ellos agazapados en las sombras a la espera de un anhelado retorno a la vida que nunca llegaba. Solo me libré de ella cuando llegamos al final de las escaleras y Juan Blanco volvió a sacar el manojo de llaves y abrió otra puerta.
—Aquí es donde empieza tu entrenamiento —dijo, señalando la completa oscuridad que había al otro lado —. Debes entrar ahora. Yo entraré detrás de ti en un minuto.

Desde que entré en aquel lugar hasta que he salido han pasado tres días y cuatro noches, aunque a mí me han parecido tres meses por lo menos. No he comido, ni bebido, ni dormido, y apenas he podido pensar en nada que no fuera lo que allí sucedía. Esta mañana, cuando al fin hemos salido, Juan Blanco me ha dicho que ya estoy listo para la siguiente fase, pero me ha dado unos días de descanso.
Ahora mismo no me siento preparado para describir todo lo que he experimentado. Aún estoy procesándolo. Ni siquiera tengo claro donde he estado metido. Eso sí, a pesar del cansancio, me siento más fuerte y capaz que nunca.

Creo que es el momento de irme a la cama. A ver si consigo dormirme.

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PChuckNorris

:D ¡Sigue así!

Arawna

Perdón por la tardanza al postear, pero voy súper liado últimamente :(

Aprovecho para anunciaros algo: los que queráis el libro firmado y dedicado, ¡ahora podéis! Pasaros por el blog y allí encontraréis todos los detalles :)

Miércoles 2 de mayo de 2007, 11:46h
Impresiones de un oficinista

Llevo en el despacho desde primera hora, con las pilas bien cargadas. La cura de sueño de diecisiete horas me ha sentado estupendamente.
Me he levantado y me he venido directamente. Hay muchos cabos por atar antes de que Juan Blanco, mi maestro, vuelva a llamarme para continuar el entrenamiento.

Luego, cuando termine de ponerme al día iré a cenar con Sara; la he echado de menos estos días. Además, ayer me dejó algo intranquilo la conversación que tuvimos por teléfono. No sé, la noté muy fría, distante. No sé si será capaz de aceptar todo esto que me pasa tan fácilmente como creía. O puede que quizás sea otra cosa, algo que no tenga nada que ver conmigo y que ya me esté haciendo pajas mentales.

Bueno, será mejor que me centre en lo que tengo ahora por hacer. Hay clientes esperando.

Jueves 3 de mayo de 2007, 14:10h
Silencios

La cena de ayer con Sara no fue el reencuentro esperado. La cosa estuvo tensa y pude adivinar el reproche en su mirada.
Durante los postres, cuando al fin se decidió a preguntarme por esos días de ausencia, solo logré agravar la situación al decirle que por el momento no podía hablarle de aquello.

Regresamos a su piso sin apenas cruzar palabra e hicimos el amor desapasionadamente.
Esta mañana al despertar ella ya no estaba.

Jeycobo

Tengo 1 duda sobre la historia:
1º el personaje de este libro esta viviendo la historia mientras la escribe en un blog y nos habla de lo que le ha pasado en el dia como un diario? o ya ha vivido toda la historia y la escribe en un blog sus memorias de hace varios años/libro?

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