Leyendas populares

Santcus

Y no amigos, no es un hilo sobre gente que vota al PP y es muy buena en el Hearthstone. Hablo de algo que no he encontrado en el buscador y hace a nuestro país rico, las leyendas y anécdotas que forman parte de la sabiduría popular de cada región. Una vez un amigo valenciano me contó la historia del emblemático murciélago de Valencia, y desde entonces me he aficionado a buscar historias de este tipo. Me encantaría que compartiérais historias y leyendas de vuestra región, y comienzo hablando de una de mi tierra, que da nombre a un parque nacional en la isla de La Gomera: Garajonay.

Leyenda de Garajonay

Cuenta una leyenda de la isla de la Gomera, que hace muchos años existían siete lugares de los que emanaba agua mágica y cuyo origen era desconocido por todos los habitantes de la isla.
El agua de estos manantiales regalaban virtudes y a quien se miraba en sus aguas les revelaban si encontrarían o no una pareja, cuando el agua permanecía clara la llegada del amor sería positiva, pero si se enturbiaba las noticias no eran tan buenas, ya que la soledad acompañaría de por vida a esta persona.
La princesa de Agulo, Gara acudió acompañada de más jóvenes gomeras a los Chorros de Epina para mirarse en sus aguas y saber si encontraría o no a un hombre con el que compartir su vida, se aproximaban ya las fiestas de Beñesmén.
Una primera mirada y tan solo vio un agua tranquila y perfecta, mientras una sonrisa se dibujaba en la cara de la joven por la feliz noticia comenzaron a agitarse las aguas y las sombras aparecieron ante sus ojos.
“Lo que ha de suceder, pasará, huye del fuego, Gara, o el fuego habrá de consumirte” Comenzó a gritar Gerián, el sabio del lugar.
Gara se hundió en la tristeza y a pesar de cerrar la boca y no hablar del tema con nadie, los rumores comenzaron a expandir lo sucedido en el manantial mágico.
De tenerife llegaron los Menceyes y otros nobles para celebrar las fiestas. El Mencey de Adeje llegó a la Gomera con su hijo Jonay, un chico joven y apuesto que destacaba no solo por su belleza sino también por su fuerza, algo que Gara no podía quitarse de la cabeza desde que le había visto por primera vez.
Irremediablemente sus ojos se cruzaron y no pudieron desprenderse de la sensación que recorrió todo su ser, el amor había sellado en silencio una unión entre ambos, aun en fiestas hicieron su compromiso público y su unión se iba haciendo pública entre los habitantes de la isla.
Cuenta la leyenda que el Echeyde (Teide) comenzó a escupir lava y fuego haciendo que las vistas desde la Gomera fueran realmente aterradoras, el pueblo comenzó a pensar al igual que los padres de los amantes y también incluyeron en sus pensamientos las palabras del hombre al lado del manantial mágico, Gara princesa de Agulo, lugar del agua, Jonay, puro fuego, procedente de la isla del infierno. La profecía había comenzado y no podían permitirlo.
Entonces sus padres ordenaron tajantemente que no volvieran a verse. Al separarse los amantes el volcán se calmó y los Menceyes regresaron a Tenerife, aunque uno de ellos llegó vacío con sus ilusiones rotas y con el corazón en la Gomera irremediablemente sin ninguna posibilidad de pensar en una vida sin Gara.
La leyenda cuenta que Jonay sumido en la desesperación decidió cruzar el mar a nado para llegar al lado de su amada, tras nadar toda la noche con las primeras luces del alba logro tocar la costa de la gomera, alcanzó a su amada y la abrazó profúndamente.
Escaparon por los bosques gomeros y bajo un cedro se entregaron a la pasión y al amor.
Pero el padre de Gara, la buscó y los encontraron amándose, al darse cuenta de la situación no encontraron otra salida.
Mirándose a los ojos, se apretaron el uno contra el otro, una fina vara de cedro afilada entre el pecho de Gara y el pecho de Jonay traspasó ambos cuerpos dejándolos unidos para siempre”. Gara, princesa de Agulo, princesa del agua, y Jonay, príncipe del fuego, dan nombre hoy a la cumbre más alta de la Gomera y al Parque Nacional de Garajonay.

Fuente: http://www.lavozdelagomera.com/2013/04/15/la-leyenda-de-gara-y-jonay/

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E

Excelente aportación y genial idea para un hilo Sanctus! Añado una leyenda de Canfranc, Aragón. Hay algunas palabras en fabla que es como hablaban los pastores por aquí hace años.

Leyenda de las Fadas d'os Ibons de los Pirineos (Leyenda de las hadas de los Ibones de los Pirineos)

En el pueblo de Canfranc, en pleno pirineo aragonés, vivía hace muchos años Damián, llamado el Cucharero. Era hombre de montaña, un poco hosco, escaso en palabras y ducho en recursos. Tenía que sobrevivir al duro clima y a las difíciles pruebas que cada día le imponía su hábitat. Formaba parte del grupo de pastores de la comarca. Los pastores bajaban a Tierra Plana en cuanto asomaban los primeros fríos, para proteger al ganado y darle pastos en los campos situados más al sur, donde la nieve desaparecía antes. La transhumancia era la forma de vida de la montaña, y nadie se planteaba que hubiera maneras distintas de vivir, o de sobrevivir. Aunque, en una ocasión, Damián quiso cambiar su vida.
Ese año, había sido padre de un niño. Cuando marchó al llano el invierno anterior, su mujer le había dicho que encontraría nuevo ganado al regreso, pero él nunca imaginó que se refería a su primogénito, al ereu, el heredero de la casa. Cuando volvió, se encontró con una criatura de meses, y a su madre diciéndole:

-El mosén quería que lo bautizara antes, pero he querido esperarte.

-Le pondremos Fabián, como su abuelo, así tendrá al angel de la guarda y a la almeta de mi padre que en paz descanse para protegerle toda su vida.

Esto lo dijo Damián con lágrimas en los ojos, y sólo había llorado antes una vez en su vida, que recordara, y fué cuando vió caerse a su hermano por las Peñas y matarse al ir a buscar un cordero que se había perdido.

El resto del año a Damián se le pasó como en vísperas, y cuando se quiso dar cuenta, el invierno volvía a ocupar su lugar. Pero esta vez el pastor dijo que no bajaba con el ganado. Los demás pastores le llamaron loco; el mairal, como denominaban al capataz, al más veterano en la profesión, le amenazó con echarle del gremio, y las mujeres del lugar le hicieron saber lo que pensaban de un mal padre como él.

Damián quería celebrar esa Navidad con su mujer y su hijo, como hacían los de los pueblos de Tierra Plana, y después vivir en su casa, no en el monte. Para conseguir su propósito, había pasado muchas horas tallando madera de boj. Con su naballa hizo cientos de cucharas, cazos y cucharones mientras los demás dormían en las mallatas. Sólo quedaba ahora recorrer los pueblos del Valle y vender la mercancía. Así ganaría el dinero suficiente para sobrevivir al invierno, y la primavera siguiente ya se vería. Pero llegó el 24 de diciembre, la antigua fiesta del Solsticio de Invierno, y Damián apenas había vendido algo. Quedaba una posibilidad: habría que pasar a Francia y probar allí suerte. Sólo volviendo con dinero suficiente en la faltriquera podría seguir llevando la cabeza alta en el pueblo.

Damián partió hacia las montañas del Puerto aquella fría mañana de la Nueibuena, sin hacer caso de las habladurías de su mujer y de su suegra. El no creía en las historias de biellas. Estaba harto de oir a las más viejas del lugar contar que en los ibones de Puerto habitaban seres malignos que acababan con los caminantes, si se atrevían a pasar por allí en los días mágicos de los solsticios. El era pastor, y sabía que el verdadero peligro cuando se andaba por las cimas consistía en no reconocer las crepas o grietas en el hielo bajo la nieve, eso sí que era arriesgarse a perder la vida, como le pasó a su hermano.

Desayunó fuerte: unos huevos fritos, cebolla y pan. Echó al morral un pan entero y queso. Sobre los hombros se acomodó la mochila cargada con los cubiertos de madera y sin despedirse de nadie, aún de noche, salió hacia Puerto, con la única compañía de su gayata, su bastón de pastor. Llegó al país vecino al mediodía. Las ventas no le fueron mal del todo, se notaba la cercanía de la noche festiva y del día de Navidad, y más de uno solucionó los regalos con el boj bellamente tallado por el artesano. Aunque Damián esperaba más, y apuró el tiempo todo lo que pudo, la noche se le echaba encima y era hora de volver a casa. Conocía muy bien el camino, y confiaba en las estrellas, como tantas otras noches de pastoreo. Sin embargo, la cima del puerto le sobrecogió. Nunca antes había sentido esa inquietud, nunca se había notado oprimido por una extraña fuerza que parecía provenir de la misma montaña. La nieve amortiguaba el sonido de las pisadas. El viento estaba calmado y el silencio era absoluto. Hasta que escuchó la voz. Al principio no se lo creyó. Luego ya no tuvo más remedio que mirar hacia la superficie negra y brillante del ibón. Allí no parecía haber nadie, y, sin embargo, la voz venía del lago. No se entendía lo que decía, ni siquiera era posible saber si se trataba o no de palabras. Al poco tiempo, a la primera voz se unieron otras, y todas parecían voces de mujer.

A Damián le temblaban las piernas y las manos. Dejó resbalar de la espalda el morral y la mochila, y se desparramó su contenido por la ladera de nieve que se extendía a sus pies. El coro de voces seguía entonando una melodía extraña, bellísima, y a cada minuto que pasaba, parecían añadirse nuevas notas, entonaciones imposibles y misteriosas resonancias. Damián comenzó a andar hacia el lago. En lo más profundo de su cerebro le pareció escuchar, debilmente, la cantarina voz de su mujer que lo llamaba, pero enseguida su nombre formó parte del coro de aquellas voces angelicales, y, claramente, resonó en todo el valle una frase pronunciada por gargantas invisibles:

-Damián, Damián, ven, ven…

El hechizo de las Fadas de los Ibons de Puerto volvía a elevarse por encima de las aguas heladas, por encima de la nieve oscura, más allá de las cimas… y su poder, su antiguo y desconocido poder venido de otros mundos y de otros tiempos, arrancaba de esta vida al pobre Damián, Damián el cucharero, y le obligaba a arrojarse en los brazos glaciales de los lagos de la montaña. La profundidad de un ibón fue su tumba.

Pasados los años, todas las Nueibuenas, un joven montañés llamado Fabián sube a Puerto y arroja una rama de boj, de bucho, a las calmas aguas del ibón.
De Chema Lera.

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Zero_G

Nada puede superar a la Leyenda de la Bala Blanca.

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KinachO

Entraba buscando la historia de la niña de la curva. Que decepción encontrarme un artículo de lavozdelagomera

2 respuestas
B

#4 There you go!

Pasaban quince minutos de las nueve de la noche cuando Cobos decidió irse. Llevaba varias horas delante de la pantalla del ordenador, sin apenas pestañear y pensó que ya era hora de marchar a casa.

Fuera, en la calle, ya había anochecido hacía un buen rato. El viento soplaba con una fuerza inusitada, como antesala de una tormenta que estaba a punto de llegar.

Antes de cerrar la oficina con su llave, tecleó en la pequeña consola la clave para activar la alarma electrónica. Esperó unos segundos tras cerrar la puerta hasta que escuchó un pitido agudo que indicaba que la alarma quedaba en servicio, y con un gesto instintivo se echó la gabardina por encima de los hombros. El frío arreciaba y empezaba a lloviznar.

Con paso rápido alcanzó su vehículo, un viejo Renault verde oscuro que pese a los años, se encontraba en bastante buen estado. Abríó la puerta y con rapidez se introdujo en su interior.

Introdujo la llave en el contacto y en breves segundos una tenue luz dió vida al cuadro de mandos. Giró la rueda de la calefacción al tope, y se dispuso a iniciar la marcha hacia su hogar.

La tormenta se fue volviendo cada vez más virulenta a medida que se alejaba de la oficina. Aún le quedaban unos 50 kilómetros hasta llegar a su casa, situada en las afueras de una pequeña ciudad dormitorio. Decidió encender la radio para hacer el trayecto más apacible; sin embargo la grave voz del locutor de ese programa de misterio que tanto le perturbaba, inundó el oscuro interior del vehículo.

Giró a la derecha para incorporarse a la carretera comarcal por la que tendría que transitar varios kilómetros. No le gustaba nada regresar a casa por este camino, máxime cuando hacía una noche tan desapacible como esta, ya que el firme no se encontraba en buen estado y apenas había iluminación. De hecho se había producido en ella varios accidentes en los últimos años, alguno de ellos mortal. Esto también había dado lugar a habladurías de la gente, que afirmaba que en una curva se aparecía una mujer joven vestida de blanco y con aspecto desaliñado.
Cobos no era una persona que diera mucho crédito a este tipo de historias. Sin embargo tenía que reconocer que había algo en esa carretera que le provocaba una sensación extraña, de intranquilidad.

Ya había dejado atrás las luces de la pequeña ciudad, y la oscuridad lo inundaba todo. Sólo el resplandor de los faros delanteros era capaz de romper con la negrura de esa noche sin luna. De pronto, una sensación muy extraña se apoderó de él. Se dió cuenta que no se escuchaba ningún ruido, salvando la radio y el sonido del motor y los neumáticos sobre la gravilla.Decidió parar en el arcén sin saber bien para qué, ni que se encontraría. Abrió la puerta del coche y salió. Fuera llovía copiosamente, pero apenas se escuchaba algo más que el ruido del motor y el golpeteo de las gotas de lluvia en el techo del coche. Se introdujo de nuevo en el vehículo, e inició la marcha, sin haber despejado del todo ese hormigueo que tenía en el estómago.

Su incertidumbre duró poco tiempo. Al mirar por el retrovisor interior del coche se dió cuenta de que no iba solo. Una mujer totalmente empapada, con un vestido blanco, y la mirada ausente se encontraba en el asiento trasero.

Era imposible que se encontrara allí: el vehículo sólo tenía dos puertas y de ninguna forma se podía acceder a la parte trasera, salvo por la puerta del lado del conductor, ya que la otra se encontraba averiada desde hacía varios días y no se podía abrir.

Su corazón empezó a latir aceleradamente. Frenó en seco y con sus manos se tapó el rostro, con la esperanza de que todo fuera fruto de su imaginación. Sin embargo al volver a mirar por el retrovisor, la figura seguía sentada en el mismo lugar.

Cobos se giró y balbuceando preguntó a la mujer quién era, y que hacía allí. Sin embargo esta no articuló palabra. Su mirada seguía perdida Dios sabe donde…

No podía ser. No podía estar nadie allí. No podía ocurrir que esa vieja historia de la mujer de la curva le estuviera ocurriendo a él. No creía en ese tipo de tonterías. Decidió salir del coche y echar un vistazo desde fuera. Tenía que ser fruto de su imaginación.

Asió la palanca de la puerta con la mano dispuesto a abandonar el coche, y de repente sintió una fuerte presión en el cuello. Notó como dos manos frías como el acero le presionaban impidiendo el paso de aire a los pulmones. Miró sorprendido por el retrovisor y la imagen que vió le provocó pánico. La mujer ya no tenía esa mirada fria y distante sino todo lo contrario: los ojos parecían que se iban a salir de las órbitas y reflejaban un odio que nunca había visto en ningunta otra mirada.

Intentó zafarse de las manos de la mujer pero le resultó imposible. Poco a poco, a medida que el oxigeno apenas llegaba a sus pulmones, fue perdiendo la consciencia, seguro de que iba a morir, pero sin entender aún porqué. Hasta que la mujer aproximó sus labios y dijo con una voz carente de expresión: nos veremos en el infierno, donde estoy desde aquella noche que me atropellaste en la curva que acabamos de pasar. ¿Recuerdas?

Fueron las últimas palabras que escuchó. Después reinó la oscuridad más absoluta.

Fuente: Leyendas Urbanas

Historia más vieja que el cagar y más conocida que Obama, pero como hay una en cada curva de España y todos tenemos una, no puede faltar.

1 1 respuesta
B

#5 esa curva ya daba mal rollo sin el photoshop xD

Santcus

#4 Casi cualquier rincón del mundo tiene una adaptación de la historia de la niña de la curva, el filón de oro está en las leyendas populares, únicas en cada región. Sabíais que en Canarias tenemos un árbol que cuando se le corta parece que sangra? Pues imaginad la cara de los conquistadores si creemos esta historia:

El Drago Milenario

Una tarde en la remota antigüedad, cierto navegante mercader llegaba de las costas mediterráneas en busca de sangre de Drago producto muy en boga y de gran importancia en la elaboración de ciertas preparaciones de la farmacopea, y desembarcó por la playa de San Marcos, de Icod de los Vinos para llevar a efecto su lucrativo propósito. Estando ya en la playa sorprendió allí a unas infantas o damas de esta tierra, que conforme al rito tradicional se bañaban solas en el mar aquella tarde veraniega. El intruso navegante las persiguió, logrando apoderarse de una de ellas. Esta trató astutamente de conquistar el corazón del extraño viajero para lograr huir, y con signos de consideración y amistad le ofreció algunos hermosos frutos de la tierra. Para aquel navegante que venía detrás de la sangre del Drago, y traía metido en la imaginación y en el alma el mito helénico de las Hespérides, los frutos que aquella dama de esta tierra le ofreciera, pudieron muy bien parecerle las manzanas del mítico jardín. Mientras él comía gustosamente desprevenido, la bella aborigen saltó ágil al otro lado del barranco, y velozmente huyó hacia el bosquecillo cercano escondiéndose tras la arboleda. El viajero sorprendido en principio trató de perseguirla de cerca, pero vio con sorpresa que algo se interponía en su camino, que un árbol extraño movía sus hojas como dagas infinitas, y que el tronco parecido al cuerpo de una serpiente se agitaba con el viento marino y entre sus tentáculos se ocultaba la bella doncella guanche. El navegante lanzó un dardo que llevaba en sus manos, contra lo que a él se le figuró un monstruo, con gran miedo y asombro y al quedarse clavado en el tronco, del extremo de la jabalina empezó a gotear sangre líquida del Drago. Confuso y atemorizado el hombre huyó laderas abajo, se metió en su pequeña barca y se alejó de la costa; porque iba pensando en su corazón, que había sorprendido en el jardín a una de las Hésperides a la que salió a defender el mítico Dragón...

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