Como cada vez que lo comento con mis colegas se empiezan a descojonar en mi puta cara de la misma forma que lo haría yo en su situación, quiero plantearos una cuestión a la que llevo dándole vueltas un par de días.
Os comento: tengo una muy buena amiga, llamémosle María, que es totalmente antierótica. Mide aproximadamente 1,65m y está bastante fuertecita. Siempre me ha dicho que le pongo a cien, sobre todo cuando llevo barba de pobre de no afeitarme en tres o cuatro días.
Pues la chiquilla me lleva tiempo diciendo que quiere montárselo conmigo, que somos amigos, que hay confianza, que podemos pasar un rato agradable... Por historias que me ha contado, sé que la chica es bastante cerdilla en la cama, lo cual es un dato a tener en cuenta.
Siempre he rechazado amablemente la oferta, pero hace tres días me hizo un grandísimo favor y yo le dije que muchas gracias, que se lo devolvería como ella quisiera. Tonto de mí, porque lo primero que salió por su boca fue: "Pues este finde te voy a follar como no te han follado nunca".
Ya casi tengo asumido que lo voy a hacer. Pero hay otra historia que me ronda la cabeza. Corro el riesgo de que, por su deprimente físico, lo que viene siendo la erección no se lleve a cabo; de modo que me etiquetaría de por vida como su amigo el impotente, teniendo en cuenta el ataque a mi virilidad que eso conlleva.
Así que contadme algún truco que no sea pensar en otra, porque tocando sus gelatinosas carnes es difícil imaginarme que estoy con una tía decente, y porque notando cómo se me clava su bigotillo en mi miembro cuesta creer que me la está chupando una chica que por lo menos se depila.
Actualizado con crónica post-coitum:
Lo prometido es deuda...
Ya estaba amaneciendo y no me había encontrado en toda la noche con ella. Pero caminando de la discoteca a la playa me vio y echó a correr tras de mí. Ciento y pico kilos de grasa botando sobre un deteriorado asfalto, pero éste resistió.
— ¡Hola guapetón!
En ese momento me resigné. No eran horas ya para intentar evitarla, y la idea de una buena mamada no me disgustaba en exceso. Así que nos ahorré toda la conversación superficial y sentencié:
— Vente a la playa y echamos ese polvo prometido.
Su cara se tornó una mezcla entre sorpresa y alegría. Me miró, se aseguró de que no la estaba vacilando y comenzó a andar rápido tirando de mí.
— Con calma, tía, que estoy cansado.
Ella sonrió y empezó a acariciarme el pelo mientras seguíamos caminando. Dos o tres minutos después estábamos entrando en la playa, nosotros dos delante y los colegas detrás. Nos hicimos con un sitio y nos sentamos todos juntos. Empezamos a hablar, alguno se fue currando un porrillo y las litronas rulaban a modo de comuna.
Al poco, se inclinó hacia mí y me dijo sensualmente —o eso pretendía— al oído:
— ¿Quieres que nos vayamos a dar una vuelta?
La miré, aprecié su mirada lasciva y supe que había llegado el momento.
— Vamos.
Nos levantamos y fuimos caminando un rato por la orilla. Ella me contaba qué tal la noche y yo iba más o menos escuchándola. Cuando estábamos casi al final de la playa, cerca de unas rocas, se lanzó a mi morro y empezó a magrearme.
— Mmmgmghmgmhmm.
Fuimos descendiendo hasta estar semitumbados, sin que en ningún momento ella despegase sus carnosos labios de los míos, levemente cortados. Me levantó la camiseta y fue relamiéndome hasta llegar al botón de mis vaqueros. Lo desabrochó y...
— Chup, chup, chup.
Llevábamos un buen rato y yo tan feliz, pero de repente me cortó el rollo de forma exagerada:
— Oye, no te corras que te quiero follar.
Le dije que vale, pero que yo encima, que no me quería rascar con la arena (ni quedarme aplastado). Busco un condón en la cartera y, oh, mierda. Se lo había dado a un amigo que tuvo más suerte que yo. Me dijo que esperase, que iba a pedir uno, y se levantó de golpe sin ayuda de ninguna grúa y empezó a correr como si fuera su última carrera.
Yo me quedé allí, marcando la hora en la arena como un reloj solar. No tardó mucho en volver de pedirle la goma a nuestros colegas, y aunque estaban bastante lejos sus risas se oían con bastante claridad.
Llegó, me lo puso, follamos, pín, pán, y fin de la historia.
PD: Le dije que iba a contar la historia en internet y se rió. Supongo que creía que estaba de coña.