El hierro - La filosofia del buen machaca

J

Cuando era joven no tenía sentido de mí mismo. Todo lo que era, era un producto derivado de todo el miedo y la humillación que había sufrido. El miedo a mis padres. La humillación de mis profesores que me llamaban “basura” y me decían que me dedicaría a cortar pasto por el resto de mi vida. Y el terror hacia mis compañeros. Era flacucho y torpe, y cuando los demás se burlaban de mí, nunca iba corriendo a casa llorando, preguntándome por qué. Ya lo sabía demasiado bien. Yo estaba allí para ser antagonizado. En los deportes se reían de mí. Un fracaso. Era bastante bueno en el boxeo, pero sólo porque la ira que me llenaba a cada momento, me hacia salvaje e impredecible. Luchaba con una furia extraña. Los otros chicos pensaban que estaba loco.

Solía odiarme a mí mismo todo el tiempo. Tan estúpido como pueda parecer ahora, yo quería hablar como ellos, vestirme como ellos, andar por los corredores con la tranquilidad de saber que no iba a ser golpeado entre clase y clase. Años pasaron para que yo aprendiera a mantenerlo todo en mi interior. Yo solo hablaba a unos pocos chicos de mi clase. Otros perdedores como yo. Algunos de ellos son, hasta el día de hoy, las más grandes personas que he conocido jamás. Sal con un chico que ha tenido su cabeza sumergida en el retrete un par de veces, sé el único en tratarlo con respeto y tendrás un amigo fiel de por vida. Aún con algunos amigos, el colegio fue una mierda. Los profesores me hacían mal el rato. En realidad ni los respetaba tanto.

Un día conocí al Sr. Pepperman. Era un veterano de Vietnam, bastante fuerte e imponente. Nadie hablaba sin pedir antes la palabra en su clase. Una vez un niño lo hizo y el Sr. P. lo levanto del suelo y lo colgó en un gancho contra la pizarra. El Sr. P. se dio cuenta de que yo no estaba en buena forma y un viernes de Octubre me preguntó si alguna vez había entrenado con pesas. Le respondí que no. Él me dijo que tomara el dinero que había estado ahorrando y comprara un set de mancuernas de cien libras en Sears. Mientras salía de su oficina, comencé a pensar en todas las cosas que le diría el Lunes cuando me preguntara por las pesas que no estaba dispuesto a comprar. Aún así, me hizo sentir especial. A mi padre nunca le llegé a importar tanto como a él. Ese mismo sábado compré las pesas pero ni siquiera pude arrastrarlas al carro de mi madre. Un trabajador de la tienda se rió de mí mientras las ponía en un carrito.

Llegó el lunes y fui llamado a la oficina del Sr. P después de la escuela. Dijo que iba a mostrarme cómo entrenar. Iba a ponerme en un programa e iba a empezar a golpearme en el plexo solar en el corredor cuando yo estuviera desprevenido. Cuando pudiera aguantar el puñetazo sabríamos que estaríamos haciendo avances. No me estaba permitido mirarme en el espejo ni decirle a nadie en el Colegio lo que estaba haciendo. En el Gym, él me mostró diez ejercicios básicos. Le puse más atención a él que la que había puesto jamás en cualquiera de mis clases. No quería arruinarlo. Fui a casa y esa misma noche empecé.

Las semanas pasaron lentamente y de vez en cuando el Sr. P me daba un puñetazo como había prometido, dejándome en el suelo, mandando mis libros a volar. Los otros estudiantes no sabían que pensar de todo lo que estábamos haciendo delante de ellos. Más y más semanas fueron pasando, continuamente iba agregando más y más peso a la barra. Podía sentir el poder creciendo dentro de mi cuerpo. Pude sentirlo.

Poco antes de las vacaciones de Navidad me dirigía a clase y de la nada el Señor Pepperman se me apareció y me dio un puñetazo en medio del pecho. Me reí y seguí andando. Desde ese momento me permitió volver a mirarme. Fui a casa y corrí al baño, me quité mi camiseta. Vi un cuerpo, no solo el caparazón que albergaba mi estómago y mi corazón. Mis bíceps estaban hinchados. Mi pecho tenía definición. Me sentí fuerte. Fue la primera vez que puedo recordar que tuve un sentido de mí mismo. Había hecho algo que nadie jamás podría arrebatarme. No me podías decir nada que me afectara.

Me tomó años el poder apreciar completamente el valor de las lecciones que he aprendido de El Hierro. Solía pensar que era mi adversario, que estaba intentando levantar aquello que no quiere ser levantado. Estaba completamente equivocado. Cuando El Hierro no quiere levantarse del suelo, es lo más amable que él puede hacer por ti. Si volara por los altos atravesando el techo, no te enseñaría nada. Ese es el modo en que El Hierro te habla. Te dice que el material con el que trabajas es aquel al que terminarás por asemejarte. Aquello con lo que te enfrentas, siempre se enfrentará a ti de regreso.

No fue hasta mis tardíos veinte que aprendí que trabajando duro me había dado a mí mismo un gran regalo. Aprendí que nada bueno viene sin trabajo y cierta dosis de sufrimiento. Cuando termino un set que me deja tambaleando, descubro más de mí mismo. Cuando algo malo sucede, tengo por seguro que no puede ser tan malo como esa sesión de entrenamiento.

Solía luchar contra el dolor, hasta que recientemente esto se hizo muy claro para mí: el dolor no es mi enemigo, es mi llamado a la grandeza. Pero cuando se lidia con El Hierro, uno debe ser cuidadoso en interpretar el dolor correctamente. La mayoría de las lesiones involucrando El Hierro son producto del ego. Una vez gasté unas semanas levantando pesas a las que mi cuerpo todavía no estaba listo por lo que me tocó pasar unos meses sin siquiera poder levantar nada más pesado que un tenedor. Intenta levantar aquel peso al que no estás preparado y El Hierro te enseñará una pequeña lección de moderación y autocontrol.

Nunca he conocido a un hombre verdaderamente fuerte quien no tuviera auto-respeto. Pienso que mucho del desprecio dirigido hacia uno mismo como hacia otros se disfraza de auto-respeto: la idea de que hay que elevarse a uno mismo pisoteando a los demás en lugar de uno alzarse por sus propios medios. Cuando veo chicos entrenando por razones cosméticas, veo en ellos cómo la vanidad los expone bajo la peor de las luces, como si fueran caricaturas: anuncios que publicitan sus propios desbalances e inseguridades. La fuerza se revela a sí misma a través del carácter. Esa es la diferencia entre aquel que se vanagloria de matonear a la gente y el Señor Pepperman.

La masa muscular no siempre equivale a la fuerza. La fuerza es bondad y sensibilidad. La fuerza es entender que tu poder es tanto físico como emocional. Que viene del cuerpo y de la mente. Y del corazón.

Yukio Mishima dijo que él no podía concebir la idea del romance si él no era fuerte. El romance es una pasión tan fuerte y abrumadora que un cuerpo débil no puede sostenerla por mucho tiempo. Por mi mente pasan los pensamientos más románticos cuando estoy con El Hierro. Una vez amé a una mujer. Pensaba más en ella cuando el dolor del ejercicio corría por mi cuerpo.

Todo en mí la quería. Tanto, que el sexo no era más que una pequeña fracción de todo el deseo. Era el único y más intenso amor que he sentido en mi vida, pero ella vivía lejos por lo que no podía verla muy a menudo. Entrenar era una forma saludable de enfrentar la soledad. Al día de hoy, cuando entreno usualmente escucho baladas.

Prefiero entrenar solo. Me permite concentrarme en las lecciones que El Hierro tiene para mí. Descubrir aquello de lo que estás hecho es siempre tiempo bien invertido y no he conocido mejor maestro. El Hierro me ha enseñado cómo vivir. La vida es capaz de volverte loco. Como van las cosas estos días, es un milagro que uno no esté loco. Las personas se han separado de sus cuerpos. Ya no son un todo.

Los veo ir de sus oficinas a sus coches y luego a sus casas en los suburbios. Están constantemente estresados, pierden sueño, comen mal. Y se comportan mal. Sus egos corren salvajemente; lo único que los motiva es lo que finalmente les acabará por darles un ataque. Necesitan la Mente del Hierro.

Con el paso de los años, he combinado la meditación, la acción y El Hierro en forma de una única fuerza. Creo que cuando el cuerpo es fuerte, la mente tiene ideas fuertes. El tiempo perdido lejos de El Hierro degenera la mente. Empiezo a revolcarme en una espesa depresión cuando eso sucede. Mi cuerpo apaga mi mente.

El hierro es el mejor antidepresivo que he encontrado. No hay mejor forma de enfrentarse a la debilidad que con la fuerza. En el instante en que la mente y el cuerpo se han despertado a su máximo potencial, es imposible querer volver de regreso.

El Hierro nunca te miente. Puedes ir afuera y escuchar toda clase de palabrerías, escuchar que eres un dios o un completo hijo de puta. El Hierro siempre te golpeará de verdad, te va a mostrar la verdad. El Hierro es el gran punto de referencia. Omnisapiente –el que le da perspectiva a todo lo que es posible conocer. Omnipresente –siempre presente como el faro que brinda luz en la oscuridad. He llegado a considerar a El Hierro como mi más grande y mejor amigo. Nunca me traiciona, nunca me abandona. Amigos pueden ir y venir. Pero doscientas libras de peso son siempre doscientas libras de peso.

http://elmachismo.com/el-hierro-por-henry-rollins/

5
peobarkley

Amen

c0b4c

Decir todo eso y luego ir al gym a hacer unos curls de bíceps en lugar de arrancada, dos tiempos o sentadilla.

Buena hipocresía.

D4rk_FuRy

Mis dies

Fit1

2
Eyvindur

El Sr. Pepperman era el mismísimo Dani Mateo.

Polakoooo
A

buenisimo

4 meses después
J

Esto deberia estar en sticky

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