Sábado noche. Quedé con mi primo el gitano para tomarnos algo en el Puerta Canseco, la discoteca. Hace dos años que no lo veo por un marrón con un dinero que desapareció de su antiguo trabajo. Llevo una temporada bebiendo más de la cuenta, ya ni siquiera me da placer, lo hago porque es lo que toca. Desde que murió mi hermana no he tenido un día bueno.
La familia es lo más importante, por ello le digo al Antón que lo veré. Dejó aparcada la traducción de Kierkegaard y me pongo unos tejanos roídos y una camisa negra. Voy algo pasado ya, creo que desde las nueve me habré tomado una siete cervezas, y antes de cruzar la puerta me largo un whiskazo.
El tranvía me deja relativamente cerca. Llego al Canseco y me pongo en una larga cola llena de chonis y latinos. Oigo una risa familiar, me giró y veo al Antón entrando por una lateral, lo saludan los porteros, va vestido con un chándal de lujo y va repleto de oro. Van como seis más con él y todos son unos prendas. Dudo si irme pero él me ve y manda a un portero a por mí, me saca de la fila y cuando estoy por llegar a la puerta ya está el Antón dándome un largo abrazo.
Todo son culos alrededor del reservado, caen botellas como si las regalaran y hay bastante coca en la mesa, todos se ríen y aúllan, porque lo que es hablar, no hablan. Yo he trasegado bastante whisky al punto que empiezo a sentir algo de simpatía por estos pequeños lumpens, que viven sus propios códigos.
En realidad lo llamo primo, pero no es mi primo. Es el ex de mi hermana. Ya cerca del cierre, Antón va tan cuajado como yo pero él está apuntalado con la coca, me pone la mano en la pierna y con toque paternal me dice que bueno, que lo sentía mucho por todo lo que había pasado, que a veces la vida es una putada. Y yo le digo que lo entiendo todo que no se preocupe, que la vida tiene esos giros.
Y él se lo cree. Entonces se le sienta una culona en una pierna y ellos se ponen a lamerse las lenguas como perros salidos. Hay cambio en las luces y en la música, todo se vuelve un poco más grotesco. Y yo siento como arde algo dentro de mí, como una lágrima caliente que quemara mis entrañas y agarro el picahielos y se lo incrusto no sé cuántas veces en el estómago, y deseo haberlo matado pero ya tengo a un montón de tíos pateándome la cabeza.
Mientras me fulminan contemplo a la zorra manchada de sangre gritando histérico sobre Antón.
Es un intercambio equivalente.