Tampoco es tan complicado entender que en el momento de su victoria, Saladino cometió una sola falta grave: se dejó intimidar por las fortificaciones de Tiro. Si hubiese avanzado sobre ella inmediatamente después de conquistar Acre en julio de 1187, la ciudad habría sido suya. Pero creyó que su rendición era asunto resuelto y se retrasó unos días. Cuando llegó a las puertas
de Tiro, ya se hallaba en la ciudad Conrado de Montferrato, que se negó a considerar la capitulación. Saladino no estaba preparado en aquel momento para emprender un sitio sistemático contra la plaza y se entregó a conquistas más fáciles. No fue hasta después de la caída de Jerusalén cuando realizó un segundo ataque contra Tiro, con un numeroso ejército y todas las máquinas de asedio de que disponía. Pero las murallas al otro lado del angosto itsmo habían sido reforzadas ahora por Conrado, que dedicó el dinero traído de Constantinopla para mejorar las defensas. Después de que sus máquinas demostraron ser ineficaces, y luego que su flota fue destruida a la entrada del puerto, Saladino abandonó una vez más el sitio y licenció a la mayoría de sus tropas. Antes de que volviera de nuevo para completar la conquista de la costa, llegó ayuda del otro lado del mar