http://www.youtube.com/watch?v=mnl7Q_IBXbw#t=153 Classic.
http://www.youtube.com/watch?v=ueDjiAm5rzE Yo Omar´s comin´!
Una vez llegué a mi camerino, traté de calmarme con la ayuda de la botella de bourbon que escondía detrás del espejo y el ejemplar de Crimen y Castigo que había sacado de la biblioteca. Para ser sinceros, no me gustaba leer; sin embargo, a la gente que leía tus entrevistas en el Daily News sí que le gustaba que su actriz favorita leyera. Simplemente no podías sentarte y decirle a la reportera que lo último que leíste fue un catálogo de productos cosméticos y lo dejaste por la mitad. La gente de a pie podía parecer todo lo imbécil que quisiera; tú no. Porque todo el mundo sabía lo que pasaba con los famosos que eran imbéciles: desaparecían para volver a aparecer a los cinco años en algún programa de cotilleos nocturno contando cómo les había ido en sus clínicas de rehabilitación.
Al fin y al cabo, los actores no eran cómo los escritores; eso no era lo cool. Los escritores lo tenían mucho más fácil en ese sentido. Bastaba con haber nacido en la Rusia Zarista, participado en alguna guerra colonial, ser esquizofrénico, comunista o tener problemas con el alcohol para que el mundo entero alabara tus libros como si fueran creaciones divinas. Daba igual que fueran un somnífero o que el protagonista se tirase la mitad de la historia hablando con exclamaciones («¡Fue escrito en otra época, paleto!»): lo que contaba es que los había escrito alguien mil veces más interesante que tú.
Una vez leí en el L.A Times sobre un escritor aficionado que se pegó un tiro en el pene y saltó por la ventana de su apartamento. No sólo se quedó estéril de por vida y sobrevivió al suicidio; su libro se convirtió en número uno en ventas durante tres meses seguidos en Amazon. Yo también me lo compré sólo para asegurarme de que era basura infecta. Hoy en día tiene su propia columna en el Herald y una protesis de plástico en vez de pene.